El escritor y traductor medio argento residente allá desde el ‘76, que es como decir cosmopolita, polifuncional o media punta, cuenta que vino para las fiestas. Esta, señores, es la respuesta a la pregunta –uf- tan temida: ¿cómo nos ven a los argentinos en el exterior?

Buenos aires. vuelvo a la ciudad donde nací el siglo pasado, vengo de visita, en son de paz. es verano, diciembre de 2018. llueve y hace calor a patadas, en partes iguales y alternas. uno se asa o se moja, sin posibilidad de huida. se habla del dólar, de la muerte y la resurrección del fóbal. la final de los mundos quedó atrás, en otra galaxia, pasteurizada. en la calle, las miradas son torvas, las sonrisas apretadas, la amabilidad se tensa como el arco de un guerrero zen y en cada esquina hay un colchón con dueño. tengo un coche local, el cielito, un duna color firmamento que se desliza por la ciudad como pez en el tránsito, corta el smog como si fuera manteca. cada noche, limpiamente, me lo abren un par de veces, remueven los cables, los papeles de la guantera y lo dejan tal como lo encontraron, gauchito y despojado. el cielito me lleva de un barrio a otro con los ojos cerrados, y en cada nuevo barrio lo abren y lo dejan a su albedrío. su alarma suena como un coro de viudas de los cárpatos y quizás eso amedrente o atraiga a los chorros, cómo saberlo. cuando llueve, que es cada dos por tres seis, al duna se le inunda el suelo y uno se siente un poco más huérfano.

 

como no podía ser de otro modo, me invitan a más asados de los que permite la OMS. la crisis nos ha vuelto aún más cárnicos y hasta los veganos comen chori a mandíbula doliente. algunos me invitan para que haga de parrillero; otros, para que haga de entraña o vacío. se conversa de política y, sobre todo, de género. se habla con la e, con la x, con la i. se calumnia con fervor a alguien. los ánimos se soliviantan y el serrucho generacional irrumpe implacable. el vino compite full kontakt con la coca cola. el vino es más barato en los chinos, la coca cola no. se especula con eso, con esa paradoja, paladeando el delito, se fantasea con camiones asaltados en barbecho. el lugareño es así, soporta mejor el mazazo imponderable que la generosa gracia del azar. donde no hay una cola, la genera. donde no hay un bache, lo excava. donde no hay un castigo, lo sospecha. su filosofía desconfía del camino del medio, del equilibrio entre el cielo y la tierra: buenos aires es la antipampa.

 

en la febrícula de los últimos días del año se suceden las muertes famosas con inexorable fluidez: muere, entre otros,  osvaldo bayer y, con él, el anarquismo moderno; se mueren irene gruss, germán garcía, jaime torres, varios políticos cuyos nombres me suenan vagamente y de los que todos hablan con la gravedad del iniciado, se muere amos oz, se muere héctor timerman. a la vez, anuncian varios premios nacionales atrasados, tanto que algunos de los premiados rozan la lista anterior. como en ese caso, conozco a varios pero muchos se me escapan, así como las categorías y la periodización. los premios se anuncian con la misma pompa presurosa con que se postergan las dotaciones dinerarias. diciembre no será el más cruel pero es un mes apocalíptico en la ciudad, un mes en el que todo podría ocurrir aunque no ocurra nada.

 

la temperatura se eleva con la misma anfractuosidad que el dólar, en una progresión cuántica que multiplica, en otro plano, los acondicionadores de aire como si fueran vampiros cúbicos que chupan billetes y escupen sudor. cuando no llueve, la transpiración de esas máquinas se encarga de empapar al transeúnte, inocularle la bacteria secreta, aguarle el día. el malhumor sobrevuela la cola de las faturas, la selección del sánguche de miga, la tertulia en la farmacia que opera como sucursal trucha de banco. cuando alguien adquiere un cortauñas, todos se miran con recelo. a la vuelta de la esquina me ofrecen un espejo tamaño baño, soquetes de invierno, paltas enanas. son chabones con camisetas del barça, pibas con ropa de camuflaje y medio cráneo al ras. en la mesa de un bar, un ex boxeador herido en el alma nos cuenta que conoció a mick jagger y al príncipe carlos, nos pide algo más que dinero, nos pide una frazada para el invierno y que lo googliemos. cuando vuelvo a casa lo encuentro: 51 peleas, 33 wins, 3 empates. porcentaje de KO, 25,5%.

 

 

a la noche, cuando el termómetro baja un grado, alguna gente corta arterias para cacerolear contra el tarifazo. son pocos pero podrían ser casi todos si no hubiera tanto cansancio, tanta urgencia, tanta experiencia previa acumulada como colesterol malo. no sé si sumarme al languideciente tumulto con la bocina del cielito o volver a casa y ceder al sueño. mi dormitorio da a un patio interior, con algunas santa ritas y glicinas y ventanas abandonadas. no corre aire ni a gancho y para dormir hay que rempujarlo con ventilador y abanico, pero ni así. a la mañana me despierto empapado, acribillado por la luz que perfora la persiana y temeroso de los mensajes crípticos de los altoparlantes que patrullan las calles: no teman, esto es una invasión extraterrestre, no opongan resistencia y nadie sufrirá daño, les oigo decir, tronantes y empastados como trompetas bajo el agua. cuando bajo los descifro mejor: no tire su lavarropas usado, compramos todo tipo de artículos. las voces salen de camionetas cargadas de pretérito imperfecto. no eran extraterrestres, eran paisanos buenos, la invasión no prosperó, era un falso anhelo.

 

ya nadie dice la mala palabra, no hace falta. el nihilismo político argentino es más corrosivo y poderoso que cualquier fachada de ministerio, más resistente que la soja transgénica. el discurso institucional es evangelizante, a la medida del mundo que nos están diseñando para que lo paguemos: cartelones luminosos no dejan de repetir que jesús es navidad y que si nos drogamos o bebemos no dudemos de él. ello no obstante, las otras noches, al salir de una parrilla con dos amigos, nos detenemos a hablar bajo el mástil pelado de una escuela durmiente y un agente del orden nos esquiva haciendo zig zag. es grueso como un barril de amontillado y se para cada dos metros, al borde del cordón y de espaldas a nosotros para disimular mal la curda. al rato se acerca a un coche estacionado, pela la llatebo y le da un lingotazo. así banca la ronda nocturna, armado hasta los dientes y beodo como un pato. dos choborras con pinta de malandras lo saludan al pasar y nosotros sonreímos, como si entendiéramos algo otro. de día, los agentes del orden no parecen menos beodos pero van tanto o más armados, con sus chombas carmesinas.

 

ayer a la tarde el cielito me llevó a la provincia cargado de nerca, novi y gente, nos trajo de vuelta cargado de estantes de madera y gente y al estacionarlo frente a casa dijo chau y quemó la junta de su tapa de cuadril. mañana es año nuevo. pasado me voy.