Cuando los episodios del Capitolio estadounidense, gurúes mediáticos de distintas pasturas salieron a danzar sobre toda suerte aseveraciones, casi apocalípticas: desde que se avecina una nueva Guerra de Secesión hasta los ya eternos vaticinios del fin de Estados Unidos y hasta del capitalismo todo. Por allí circularon muchos de los discursos con pretensiones progresistas. Este artículo intenta acercar lecturas menos estridentes que las patrocinadas por lo gurúes mencionados.

El problema de Trump no es ser facho, que lo es por supuesto, sino haberse dejado fagocitar por su propia representación como personaje, entre algoritmos y operaciones mediáticas de última generación en un país poblado por “Homeros Simpsones” de variadas cataduras, armados y nostálgicos del Klan, los que le dan forma y alma al Estados Unidos profundo, y todos en versión caricatura de ellos mismos. La experiencia Donald no podía terminar de otra manera… Son eso… Y más allá de este hecho puntual es interesante observar, creo, cómo desde la segunda década del siglo XXI estamos siendo testigos más que de la degradación de la política burguesa, de la instauración de su propia versión en clave de tragicomedia bufa, y en todo el orbe… Y ese mundo anestesiado por los miedos pandémicos y la trama infinita de la comunicación y la cultura domesticadora… Hacia allá vamos, futuro…

¿Acaso ese primer párrafo, originado en una primera aproximación al tema que publiqué en redes sociales el día mismo de los acontecimientos en el Capitolio es suficiente para comprender los hechos? No; ni mucho menos.

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Cruje en su interior el sistema mundo capitalista/imperialista en su etapa actual, de altísima concentración global – la que para muchos se define como neoliberalismo –, y ello se expresa, por ejemplo, en las confrontaciones chino/ruso/estadounidense.

Sin embargo, los actores de esas confrontaciones, tienen un común denominador: forman parte del sistema mundo definido en el párrafo interior, con la característica central de ser víctimas/victimarios de un nivel de interdependencia que los maniata y que, hasta ahora, ha sido el factor de “equilibro” que previno conflagraciones bélicas generalizas, al estilo de la Primera Guerra Mundial, tiempo en que también se registraron enfrentamientos inter imperiales, pero un momento histórico de menor interdependencia y globalidad, en otra etapa del desarrollo científico técnico y sin la actuación de un factor determinante: las convulsiones alterativas en el mundo, que condujeron a la Revolución de Octubre y sus derivaciones históricas.

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El jueves 7 de enero, Jimena Vergara y Madeleine Freeman, periodistas neoyorquinas de Left Voice, sostuvieron: “Si una imagen vale más que mil palabras, entonces la fotografía del delirante líder de QAnon, Jake Angeli, sin camisa, con cuernos y cubierto de pieles en medio del edificio del Capitolio de los Estados Unidos, constituye el próximo capítulo en la historia de la decadencia del imperio estadounidense. El mundo observó, estupefacto, cómo una horda de furiosos seguidores de Trump trepaba las paredes del Capitolio, y eran bien recibidos por la policía, dentro del edificio. Los analistas y presentadores de noticias dicen que esta es otra aberración más de la era Trump, y los aullidos de muerte de la presidencia de una estrella de reality shows, pero los eventos de ayer no surgieron de la nada: son la última expresión de una profunda crisis de legitimidad del régimen estadounidense”.

Es interesante la observación del párrafo anterior en tanto crisis de régimen político, lo cual de modo alguno implica que estemos en presencia de un agotamiento del sistema mundo que vengo señalando ni de un fin ya sin vuelta atrás de la influencia de Estados Unidos sobre el mismo.

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Más precisos y ajustados en una mirada concreta desde los tiempo que vivimos resulta el texto que el científico Noam Chomsky y el historiador indio Vijay Prashad acaban de publicar en el Boletín 1 (2021) del Instituto Tricontinental de Investigación Social; texto que paso a citar en forma recortada pero en extenso.

“Tres grandes amenazas a la vida en la Tierra: extinción por la guerra nuclear, por la catástrofe climática, y por el colapso social (…). Grandes partes del mundo — fuera de China y unos pocos otros países — enfrentan un virus descontrolado, que no ha sido detenido debido a la incompetencia criminal de los gobiernos (…). Es igualmente preocupante que (los) países ricos hayan seguido una política de nacionalismo de la vacuna, acaparando candidatas a vacuna, en vez de alinearse con una política de creación de una ‘vacuna de los pueblos’. Por el bien de la humanidad, sería prudente suspender las normas de propiedad intelectual y desarrollar un procedimiento para crear vacunas universales para todos los pueblos. Aunque la pandemia es el principal tema en nuestras mentes, hay otras grandes amenazas a la longevidad de nuestra especie y del planeta. Estas incluyen (…). Aniquilación nuclear: Los ya limitados tratados de control de armas están siendo destruidos, mientras las principales potencias poseen cerca de 13.500 armas nucleares (más del 90% de las cuales están solamente en manos de Rusia y Estados Unidos). El rendimiento de estas armas podría fácilmente hacer este planeta aún más inhabitable. La Armada de Estados Unidos ya desplegó ojivas nucleares tácticas W76-2 de bajo rendimiento (…). Catástrofe climática: Un informe de 2019 de la ONU estimó que un millón de especies animales y plantas están en peligro de extinción. A esto hay que agregar los catastróficos incendios forestales y el grave blanqueamiento de los arrecifes de coral y resulta claro que ya no necesitamos quedarnos en clichés de que una cosa u otra es el canario en la mina de la catástrofe climática: el peligro no está en el futuro, sino en el presente (…). Destrucción neoliberal del contrato social: Los países de América del Norte y Europa han destripado su función pública a medida que el Estado ha sido entregado a los especuladores y la sociedad civil se ha mercantilizado vía fundaciones privadas. Esto significa que los caminos de la transformación social en estas partes del mundo han sido obstaculizados grotescamente. La terrible desigualdad social es el resultado de la relativa debilidad política de la clase trabajadora. Es esta debilidad la que permite que los multimillonarios establezcan políticas que causan que aumenten las tasas de hambre. Los países no deben ser juzgados por las palabras escritas en sus constituciones, sino por sus presupuestos anuales. Estados Unidos, por ejemplo, gasta casi un billón de dólares (si se suma el presupuesto de inteligencia estimado) en su maquinaria de guerra, mientras gasta apenas una fracción en bienes y servicios públicos (como atención sanitaria, algo evidente durante la pandemia). El uso de sanciones ilegales por parte de Estados Unidos contra treinta países, incluyendo Cuba, Irán y Venezuela, se ha vuelto parte de la vida normal, incluso durante esta crisis de salud pública mundial provocada por la pandemia. Es un fracaso del sistema político que las poblaciones en el bloque capitalista sean incapaces de obligar a sus gobiernos — que en muchos casos son democracias solo en el papel — a adoptar una perspectiva global frente a esta emergencia. El aumento de las tasas de hambre revela que la lucha por sobrevivir es el horizonte para miles de millones de personas en el planeta (todo esto mientras China logra erradicar la pobreza absoluta y eliminar en gran medida el hambre)”.

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Sin abundar en la historia de Estados Unidos y de su Partido Republicano más de lo justo y necesario a los efectos de este texto casi de coyuntura, y con la intención de comprobar qué lejos están el agente inmobiliario y energúmeno multimediático Trump y sus hordas de exaltados del legendario (y fundador) Abraham Lincoln, es que incluyo los siguientes párrafos, antes del final.

El Partido Republicano fue fundado el 20 de marzo de 1834, en Wisconsin. En general, los fundadores pertenecían al movimiento abolicionista o antiesclavista y su programa reparaba en dos puntos sustanciales, que terminaron siendo parte de las claves para la construcción del Estados Unidos que ingresa al siglo XX con vocación hegemónica: cerrado proteccionismo comercial ante la competencia foránea y fuerte en inversiones en obras públicas como punto de partida para el estímulo de la economía nacional.

Con fuerte apoyo en los estados de Norte, esos postulados fueron rechazados por los del Sur desindustrializado y agrícola con bases en la producción algodonara y mayoritariamente esclavista; y utilizo el término “mayoritariamente” porque, como bien explica el libro El club de los metafísicos del profesor de la New York University Louis Menand – obra insoslayable para entender la historia Estados Unidos y el cómo y el por qué de la expansión imperialista de ese país desde comienzos de la centuria pasada –, las aguas no estaban divididas con claridad, pues no toda la dirigencia política e intelectual del Norte era antiesclavista ni la del Sur esclavista.

El Partido Republicano tuvo su primera confrontación electoral por la presidencia en 1856. Sin embargo, su candidato, John C. Fremont, cayó ante James Buchanan, del Partido Demócrata, pero su representación en el Congreso se incrementó en forma notoria.

El republicano y antiesclavista moderado Abraham Lincoln llegó a la presidencia en 1861 y la ejerció hasta 1865. Cuando asumió, la crisis que derivo en la Guerra de la Secesión ya no tenía marcha atrás. Casi todos los estados esclavistas del Sur se separaron de la Unión y fundaron la Confederación de América. La guerra civil era inevitable y su desenlace final fue lo que permitió la definitiva expansión de Estados Unidos y, como señalé antes, su ingreso al siglo XX con vocación hegemónica, vocación que se consagró tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando fue asesinado, el 15 de abril de 1865, Lincoln había iniciado su segundo mandato; y fue en ese año que comenzó la etapa fundacional del poder estadounidense, con un sucesión ininterrumpida de presidencia republicanas, hasta 1933. Con el dominio político de los republicanos por décadas, nacía y se consolidaba el “Imperio”, tal cual dice el título de una novela insoslayable del escritor Gore Vidal (1925-2012).

Existen los setenta millones de votos que apoyaron a Trump en las últimas elecciones, pero no se visualizan ni por asomo los actores económicos profundos, estadounidenses y globales, que puedan dar pie a la teoría de una crisis como las vaticinadas dese la liviandad interpretativa.

Claro, en Historia no existen los finales, las cancelaciones del tiempo.

 

Este artículo fue originalmente publicado el 11/1/2021 por el sitio de la Agencia Periodística de Buenos Aires (AgePeBA: www.agepeba.org).

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