Al texto de Andrés Eherenhaus sobre el bolonqui catalán se le suma este otro de un argentino llegado también con el exilio pero que vive en el interior profundo y en pueblito. Eso, más el hecho de contar cómo se llegó hasta aquí, le da otro matiz –valioso- a la discusión.

Difícil escribir serenamente el día de hoy, 1 de octubre, después del ejercicio represivo brutal del estado español el día del intento de referendum en Cataluña. Me remito a las imágenes, que son más  ilustrativas que cualquier palabra. Así y todo lo intentaremos.

Creo que hay dos perspectivas para abordar el tema: el análisis político (y económico y social) y la “empatía” con la que se vive.

El primer enfoque no es nada fácil. Es como cuando una persona de aquí (Cataluña) me pide que le explique qué es el peronismo. Ufff, es lo primero que me sale naturalmente. Una interjección cansina que es el preludio de una introducción, desarrollo y conclusiones que se suceden de una manera tortuosa o atropellada y donde me suelo ir mucho por las ramas en el intento de ser coherente y conciso.

Hay una trayectoria de siglos detrás de las diferentes sensibilidades culturales catalanas y españolas, de talante, de carácter e historias políticas divergentes. Ese sería el caldo de cultivo, para llamarlo de algún modo. Lo más reciente comienza hace diez años cuando en la post-transición se propone un nuevo estatuto de autonomía, encabezado por el Partido Socialista Catalán (Pasqual Maragall) y apoyado por la mayoría de fuerzas políticas a excepción del Partido Popular. Sin ser ninguna maravilla revolucionaria, el Congreso español decide que debe limarlo y recortarlo, un poquito por aquí, un poquito por allá, hasta que pierda suficiente sustancia. A pesar de esos “retoques” se acaba votando y aprobando.

El PP, entonces en la oposición, y de la mano de Rajoy, empieza una campaña de firmas por toda España para impugnarlo. Finalmente, después de más de tres años, el Tribunal Constitucional lo anula alegando una serie de artículos “anticonstitucionales”, la mayoría de los cuales son idénticos, y en algunos casos copiados literalmente a posteriori, por los estatutos de Andalucía, Valencia y Baleares, que siguen en plena vigencia. Ergo: la gente acá se indigna, y con toda la razón. Si vos te querés hacer un galponcito en el terreno del fondo, como otros muchos vecinos, y pedís permiso y te lo rechazan alegando cosas que a los demás les permiten sin ningún problema, empezás a pensar seriamente que el tema va con vos, que no es un tema legal.

Franco not dead

El PP está ya entonces en un proceso de recentralización del Estado de claros tintes franquistas (la España “Una, Grande y Libre”). El fantasma a agitar es el anticatalanismo que le da rédito electoral y tiene un peso fuerte en gran parte de la España profunda. Recordemos que, para más agravante y tensión, en Cataluña el PP es el quinto partido en votos. En Girona, provincia en la que vivo, no ha tenido nunca ni un diputado, ni siquiera un intendente. Ahí empiezan las movilizaciones de más de un millón de personas y la “radicalización” de muchísima gente que no era independentista y que va engrosando lentamente estas filas. Porque desde entonces no sólo no ha habido ningún intento de diálogo sobre reformas políticas o económicas de parte del Estado español sino más bien un ataque frontal y una cerrazón tajante a cualquier cambio. Y de esos polvos, estos lodos.

Pero lo más importante que yo destacaría es que este movimiento político se produce de abajo a arriba, las manifestaciones se generan a partir de asociaciones culturales y barriales y los partidos se agregan e intentan conducirlo o reconducirlo a veces. Pero es un movimiento transversal, tanto a nivel político, generacional y cultural. Y coincide además con el comienzo de la crisis económica española y los movimientos reivindicativos y sociales que esta genera. Un error común creo, tanto de la derecha española (e incluyo en ella al PSOE) como de la izquierda es atribuir la paternidad del movimiento a la burguesía catalana. Es más, la burguesía catalana de verdad, los grandes bancos y empresas poderosas se han declarado siempre contrarios. El resto (pequeño y mediano tejido industrial, comerciantes y otras yerbas) ha estado representado mayoritariamente por la antigua Convergencia (nacionalismo de derechas) y se anota a última hora cuando ve que el tren ya está en marcha y que le puede servir para limpiar su prontuario de corrupciones, componendas y recortes sociales.

Así llegamos al día de hoy, o de ayer: quinientas mil personas han pasado la noche previa en las escuelas del país que eran sedes electorales; las concentraciones fueron multitudinarias, familiares, lúdicas y pacíficas, pero firmes en su perseverancia. Hasta que fueron reprimidas con saña y regocijo por miles de policías traídos de todos los rincones de España. Vergonzoso, indignante, repulsivo.

Empatía: ser o no ser

Andrés Ehrenhaus escribió en su artículo en Socompa que se siente extranjero. Acá, allá y acullá. Eso da una distancia, a veces sabia, una perspectiva de quien se lo mira desde fuera. Es un ejemplo de cómo sentirse en un lugar, en una sociedad. Cataluña es una sociedad plural, variopinta, integradora de muchos orígenes y culturas. Pero con una personalidad propia, como todas. Y bien marcada. Su lengua, sus costumbres, su forma de ser. Podés (N. del E: acá el autor escribió puedes pero hacemos como que se le escapó) tener empatía con ellos y sentirte parte. Son sobrios y reservados, sobre todo al principio, pero con el trato  te abren sus puertas y te tratan como uno más. Es mi percepción.

Yo no me siento extranjero acá. Quizás porque llevo treinta de mis cuarenta años (catalanes) en “el interior” (catalán) y la mayoría de mis relaciones familiares y laborales están vinculadas a esa lengua y a esas costumbres. Supongo que no es lo mismo vivir en Buenos Aires o en un pueblito de Santa Fe, aunque sean comparaciones forzadas. Tampoco digo que crea que deba ser así. Es una elección tan válida como cualquier otra, obviamente. También veo gente que no se siente parte de la misma realidad. Yo diría que tienen “antiempatía”. Es un tema visceral, de conexión con ciertas cosas o todo lo contrario. Y creo que se da en todas partes. En algún viaje a mi tierra madre en plena época de anticristinismo o antikirchnerismo me pareció notar lo mismo en algunas posturas de la gente. No eran políticas. Es más, los argumentos iban por detrás de un rechazo primigenio y visceral. A veces incluso no tenían ninguna importancia. Era una antiempatía profunda con el fenómeno que se rechazaba. Gente humilde y de origen popular anti (Cristina) u otros de clase acomodada pro, por ejemplo.

Creo que acá pasa lo mismo. Hay un trasfondo empático que subyace detrás (o delante) de las posiciones políticas. Es como un hincha de fútbol que en una misma jugada ve penal si es a favor de su equipo o no ve nada si es a favor del otro. Suele suceder que entonces no se sabe muy bien cómo encarar una discusión. Son ejemplos de la percepción de la realidad, tan subjetiva ella, tan voluble, tan caprichosa a veces en función de los propios jugos gástricos.

En definitiva, la verdad no tiene dueño. He escuchado argentinos empatizar con cosas que me producen profundo rechazo y seguro que a ellos les ha pasado lo mismo. No hay juicios morales en esto.

Para rematar el centro, aunque se vaya afuera, les diría: muchachos, la cuestión catalana, ufff, qué quieren que les diga, yo la vivo así, hoy profundamente indignado, todo el día con la gente de mi pueblito en la escuela, esperando a ver si llegaba la Guardia Civil, desde las cinco y media de la mañana, compartiendo café y charla con ellos (yo con mi mate y mi termo, eso sí), votando en unas elecciones inútiles pero necesarias en su intención, inmerso en una vida tan válida o no como cualquier otra.

Pues eso.

Un saludo para los muchachos y muchachas de Socompa.