El fracaso de último experimento de la política italiana, el gobierno de unidad nacional del economista Mario Draghi, abrió camino a unas elecciones en las que la derecha luce como favorita, esta vez traccionada por los nuevos herederos del neofascismo, liderados por una mujer, la ascendente Giorgia Meloni, y ante un escenario económico nacional y global que desafía a la tercera economía de la UE.

La pérdida de apoyo parlamentario que hizo caer en julio el fugaz gobierno del economista Mario Draghi pondrá este 25 de septiembre a Italia ante unas elecciones que prometen el avance de una derecha recargada, con posibilidades ciertas de volver al poder y esta vez traccionada por su ala más extrema, los Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), liderados por la ascendente Giorgia Meloni (45).

El Parlamento de 630 bancas que, por un pacto de “unidad nacional”, sostenía al gobierno de Draghi tenía como primera minoría a la nacionalista Lega (Liga, 131 bancas), seguida por el afín movimiento anti-sistema 5 Streghi (Cinco Estrellas, 103), al centroizquierdista Partido Democrático (PD, 97) y el derechista liberal Forza Italia (78). Pero desde esta elección regirá la última reforma electoral, que bajó los diputados de 600 a 400 y los senadores de 320 a 200.

Las nuevas circunscripciones -tal y como fueron diseñadas tras el recorte de parlamentarios- se han ampliado: a partir de ahora los distritos del interior tienen más peso, en circunscripciones que se han vuelto muy mixtas, no solo metropolitanas o urbanas, sino involucrando a votantes de vastas áreas, suburbios y zonas rurales, especialmente para las bancas del Senado.

Fratelli d’Italia era la sexta fuerza parlamentaria. Ahora, las encuestas sitúan al partido de Meloni primero, hasta con 25%, fruto en parte de negarse a formar parte del gobierno de Draghi y de rentabilizar el descontento de los italianos por la crisis económica y social post pandemia, agravada por la guerra en Ucrania en 2022 y acompañada por un alza sin precedentes en décadas del costo de vida (10%).

Draghi (75), figura clave en la gestión de la anterior gran crisis de la zona euro desde el Banco Central Europeo (2011-2019), intentó usar su gobierno en enero como plataforma de lanzamiento hacia la jefatura del Estado italiano, pero su candidatura naufragó por falta de apoyos y el presidente Giorgio Mattarella -quien no se lo había propuesto- terminó reelegido a los 80 años, hasta 2029.

Desde entonces, la base política mixta de Draghi se fue resquebrajando y su apuesta in extremis a una moción de confianza terminó mal cuando el Movimiento 5 Estrellas (fundado por el cómico Beppe Grillo), la Liga de Mateo Salvini y Forza Italia del anciano Silvio Berlusconi (85) le retiraron el apoyo en el Senado.

El presidente Mattarella exhortó al Parlamento a reconstruir la alianza, pero la derecha se negó y Draghi se vio obligado a renunciar y a poner fin al 18° gobierno italiano en 34 años (un total de 66 gobiernos en 73 años de república desde 1948).

Barajar y dar de nuevo

La primera consecuencia del llamado a elecciones ha sido la reagrupación de las fuerzas de derecha, tan fragmentadas como el resto del espectro político italiano. De fondo, un proceso en marcha de reformas exigidas por la UE a cambio del envío de 230 mil millones de euros de “fondos de recuperación” post pandemia, que Draghi había iniciado con cierto éxito: la economía creció 6,6% en 2021, aunque haya sido un rebote del negro 2020.

La principal novedad, política, en ese contexto, es el ascenso de los Fratelli d’Italia, herederos de la Alianza Nacional (AN) fundada por Gianfranco Fini en los 90, a su vez sucesora del Movimiento Social Italiano (MSI, 1947), que había reunido en la posguerra los restos del fascismo de Benito Mussolini. Al respecto, Meloni niega cualquier influencia neofascista en la fuerza que cofundó y lidera.

Crecida en un barrio popular de Roma, en una familia formada por mujeres, sin profesión ni conexión con las élites italianas, Meloni militó desde los 15 años, lideró la gioventù de la AN en años donde la violencia política de base era frecuente, llegó al Parlamento con 31 años y se convirtió en la ministra más joven del país desde la cartera de Juventud que le confió el gobierno de Berlusconi.

En 2012, Meloni hizo una primera movida audaz: rompió con Fini -quien se unió a Berlusconi en el Polo della Libertá- y cofundó Fratelli con otros disidentes. En las generales de 2017, su nuevo partido sólo conquistó 4,3% de los votos.

El surgimiento de Fratelli evoca otras experiencias demagógicas hijas del derrumbe de la clase política tradicional italiana con el operativo anticorrupción Mani Pulite. En 1994, el magnate Berlusconi fundó Forza Italia y cinco meses después fue el partido más votado (21%). Algo similar ocurrió con el Movimiento 5 Estrellas (2009), que llegó al 32% de los votos en 2018. Ahora, algunos relevamientos estimaron en hasta 40% los electores italianos indecisos o sin intenciones de votar.

Meloni lucha por dejar atrás, como otras fuerzas ultraderechistas europeas, cualquier conexión con el pasado. En 1996, la joven dirigente declaró: “Mussolini fue el mejor político de los últimos 50 años: todo lo que hizo fue por el bien de Italia”. Dos décadas después, insiste: “Yo no soy fascista”, pero el símbolo de la llama tricolor del MSI y de la AN persiste en el escudo de los Fratelli.

En su primera y temprana autobiografía, Meloni consignó: “Somos hijos de nuestra historia. Toda nuestra historia. El camino que hemos recorrido es complejo, mucho más complicado de lo que muchos quieren contar”. Hoy se concentra en el lema de campaña: “Primero Italia y los italianos”.

Desde la vereda opuesta, el favoritismo de Meloni -a expensas de Salvini (Liga) y de 5 Estrellas (Giuseppe Conte)- es desafiado por el centroizquierdista PD, que en 2018 cayó a 18,7%, pero que recuperó imagen y, ahora liderado por Enrico Letta (56), ex primer ministro (2013-14), figura con 23% en las encuestas (delante de 5 Estrellas y la Liga, en ese orden).

Si fuera así, todo el polo de centroizquierda reuniría sólo 30%, frente a un potencial 45% del conjunto de las fuerzas de derecha (la ley fija un tercio de las bancas por sistema uninominal y dos tercios, proporcional). Una mayoría absoluta podría introducir reformas de fondo y constitucionales sin referéndums. “Si la derecha gana, habrá contagio en Europa”, advierte Letta sobre eventuales consecuencias.

Letta, politólogo de profesión, recuerda que las fuerzas de derecha no han apoyado ni los fondos de recuperación europeos ni medidas contra la crisis climática. El PD, en cambio, propone controlar el precio de la energía, apostar por las energías renovables (Meloni reivindica las fósiles) y, principalmente, reducir fuertemente los impuestos sobre el empleo, para proteger a las clases trabajadoras.

La joven Meloni, el veterano Berlusconi y el fogueado Salvini -convirtió a la Liga de una fuerza separatista (Ligas del Norte) y xenófoba en partido nacional- acordaron que, de imponerse la derecha, gobernará entre ellos el líder que saque más votos.

Sin embargo, ninguno parece dispuesto a poner en riesgo una relación con Bruselas de la que depende económicamente el país, y sus gobiernos, hoy mismo con escaso margen para ensayar fórmulas demagógicas, en este caso de derecha. “No queremos rupturas con Europa”, avisó Meloni en campaña.

De hecho, las reformas pactadas por Draghi con la UE han sido aprobadas pero deben ser aplicadas y Bruselas, como hace con todos los fondos de recuperación del bloque, envía dinero de a tramos (el próximo, en diciembre) y sujeto al cumplimiento de los acuerdos, como ocurrió en los últimos dos semestres (envió 45,9 mil millones de euros pero faltan otros 21 mil millones de euros).

Impuestos más bajos, burocracia simplificada, justicia segura y rápida, infraestructura moderna, seguridad y legalidad son para Fratelli “las condiciones fundamentales para una nueva era de crecimiento” en Italia, según Meloni.

No sólo la guerra

Como en otros procesos políticos en el planeta, pero más aún dentro de Europa, la invasión de Ucrania por Rusia ha sido en campaña electoral un elemento central en el posicionamiento de las distintas fuerzas.En la derecha, Berlusconi adhirió desde el inicio a la postura de la UE, pero se había declarado “amigo” de Vladimir Putin. Su socio Salvini expresó admiración por el presidente ruso -”el mejor político del mundo”, ha dicho- y cuestionó las sanciones aplicadas a Moscú, por su impacto negativo en los ciudadanos europeos.

En cambio, Meloni demostró su oportunismo político y, en el contexto del firme respaldo del gobierno de Draghi a las sanciones a Rusia, dejó sentada su oposición a la invasión rusa. “Seremos garantes, sin ambigüedad, de la ubicación italiana y del absoluto apoyo de la heroica batalla del pueblo ucraniano. Una Italia guiada por nosotros y por la derecha será fiable en los foros internacionales”, dijo.

Ampliando el foco, y tras el fallido ensayo de las coaliciones de gobierno de Luigi de Maio y Conte sostenidos por 5 Estrellas y la Liga entre 2018 y 2021, la irrupción de Meloni imprime nuevas aristas a un relanzamiento de la derecha italiana.

Meloni forma parte de una larga fila de mujeres al frente de movimientos de extrema derecha, encabezada por Marie Le Pen y seguida -desde la oposición o el gobierno- por la danesa Pia Kjaersgaard, líder del Partido Popular Danés (1995-2012), las noruegas Pernille Vermund (Nye) y Siv Jensen (Partido del Progreso, ministra de Finanzas 2013-20), y las alemanas Frauke Petry y Alice Weidel (AfD).

En la mayoría de los casos europeos, la presencia de una líder femenina no se traduce en una modernización de la visión social de los partidos de la derecha radical. Sus programas siguen centrados en gran medida en políticas hiper conservadoras: antiabortistas, antifeministas y anti-LGBTI.

En Italia, por ejemplo, la brecha de género en la base electoral de Fratelli d’Italia prácticamente ha desaparecido: pasó del 37% de mujeres que votaban a este partido en 2013 a cerca del 50% en 2018 (y en las elecciones europeas del 19).

“¡Sí a la familia natural, no al LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género!”, “Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte!”, “Sí a la universalidad de la cruz y no a la violencia islamista”, “Sí a las fronteras seguras y no a la inmigración masiva”, “Sí, a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas” de la UE, dijo Meloni en España, recibida por el ultranacionalista Vox.

La candidata a primera ministra de Italia se hermana con los planteos de una “Europa de los patriotas” que hacen otros líderes soberanistas e iliberales, como el premier húngaro Viktor Orban (Fidesz) y su colega polaco, Mateusz Morawiecki (Ley y Justicia), los Demócratas de Suecia (segunda fuerza) y el VoX español, que confrontan con las políticas públicas de Bruselas, en especial las migratorias y de género, pero conscientes del valor de la relación económica con la UE, multiplicada al máximo en el caso de Italia, tercera economía del bloque.

En 2014, Meloni se propuso aglutinar a los euroescépticos para obligar a la Comisión Europea a iniciar “una disolución acordada y controlada” de la zona euro y en 2018 Fratelli exigió retirar cualquier referencia a la UE en la Constitución italiana.

Como el resto de las fuerzas ultraderechistas europeos, la migración ocupa un lugar central en un agenda que cautiva a franjas medias-bajas que décadas atrás eran bastiones de la izquierda y hoy se sienten frustradas por la desigualdad y la presión de poblaciones del norte de África -en este caso principalmente Libia, por los históricos lazos con Italias- que, como ellos, buscan desesperados un lugar en un capitalismo que lima el antiguo estado de bienestar europeo.

En danza están denegar los derechos de puerto seguro y rescate de migrantes en aguas de jurisdicción italiana y más objeciones a pedidos de asilo dentro de la propia UE, sin descontar financiar a Libia para que contenga los cruces del Mediterráneo a cualquier costo.

“Queremos acabar con la inmigración descontrolada que, con la izquierda en el gobierno, ha alcanzado cifras increíbles de desembarcos ilegales en nuestras costas”, dijo Meloni. “Queremos una inmigración regulada, como todas las naciones civilizadas”.