Jair Bolsonaro siembra dudas sobre la transparencia del sistema electoral, reitera su amenaza de no aceptar un resultado adverso y se recuesta en la Fuerzas Armadas. Lula da Silva, en tanto, suma acuerdos y se consolida como favorito para la primera vuelta. Lo que dicen las últimas encuestas y el crucial entramado de alianzas, coaliciones y fusiones partidarias de cara a un posible balotage.

Mientras los diputados bolsonaristas difunden videos donde amenazan con pistolas en mano con recibir a tiros a los militantes del PT y Jair Bolsonaro afirma que el ministro de Defensa, el general Paulo Nogueira de Oliveira, tiene a las tropas “en sus manos” y que los militares puede conducir al país a “la normalidad” de ser necesario, Lula da Silva sigue atando acuerdos de cara a las presidenciales y se consolida como favorito en las encuestas.

Los videos bolasonaristas y la escalada verbal de tono militarista del propio Bolsonaro alcanzó un récord de intensidad en los últimos días. Fue luego de que Lula, durante un discurso en la Central Única de Trabajadores, destacara la dificultad de gobernar con un Congreso adverso. En ese marco estimó que la presión popular podía modificar la relación de fuerzas. “Si buscamos la dirección de cada diputado y cincuenta personas van a la casa, no para insultarlo, sino para conversar con él, con la esposa, con el hijo, perturbar la tranquilidad del político, eso causa más efecto que una manifestación en Brasilia”, dijo Lula.

La reacción de Bolsonaro se materializó en un acto de promoción de uniformados, luego de que el 31 de marzo reivindicara el golpe militar de 1964. La respuesta de utilizar a las Fuerzas Armadas siguió también a la promesa de Lula de pasar a retiro a 8 mil oficiales nombrados y ascendidos por Bolsonaro en el caso de ganar las elecciones presidenciales del 2 de octubre.

Si las declaraciones de Bolsonaro provocaron repudio, no menos contundente fue el rechazo de un amplísimo sector de la sociedad, y del periodismo en particular, al tuit de unos de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, quien se burló de la periodista de posiciones neoliberales Mariam Leitao -la principal columnista del diario O Globo-, quien estando embarazada fue secuestrada en la década del ‘70 cuando militaba en la izquierda y tras ser torturada fue encerrada en una cuarto con una víbora venosa. “Pobre vívora”, tuitió Eduardo Bolsonaro.

El aislamiento político que exhibe Bolsonaro se diría directamente proporcional a su decisión de recostarse en las Fuerzas Armadas. Y se manifiesta no solo en el distanciamiento de la élite industrial, sino también en su relación con el Supremo Tribunal Federal, que supo apañarlo durante el lawfare. El último capítulo: la disputa que mantiene con el juez Alexandro de Moraes, quien investiga a Bolsonaro y a varios de sus allegados por conspirar contra la Constitución.

En uno de sus últimos discurso, Bolsonaro sostuvo que los militares forman parte de la lucha “del bien contra el mal”, que “siempre fueron el ancla ante cualquier situación del país” y que la actuación de las Fuerzas Armadas siempre estuvo “dentro de la legalidad”. Lo dijo en un contexto en el que los militares sumaron un nuevo referente político: el general retirado Walter Braga Netto, quien dimitió hace pocos días al cargo de Ministro de Defensa para participar en las elecciones. Suena como favorito para acompañarlo en la fórmula presidencial.

Su reemplazante, Nogueira de Oliveira, es uno de los firmantes de la Orden del Día del 31 de marzo que reivindicó el golpe de estado y la dictadura que se instaló durante dos décadas en Brasil. Según muchos analistas del país, el denominado “partido militar”, que perdió el poder desde el retorno a la democracia en 1985, volvió a la primera línea con Bolsonaro y su intención de llevar a Braga Netto como integrante de la fórmula presidencial.

La movida reflejaría la intención de Bolsonaro de cerrar filas entre los propios y se inscribe en el marco de sus reiteradas amenazas de no cumplir las órdenes del Supremo Tribunal Federal. Una estrategia incluye sembrar dudas sobre la transparencia del sistema electoral, sobre todo en el caso de perder ante Lula. Lo de siempre. Sin embargo, su retórica belicista subió de tono. Fue luego de que se conocieran los últimos sondeos de opinión. Habló de “sacrificios hasta con la propia vida” para defender la “libertad”, ocasiones en las que fustigó a los jueces que investigan a células de ultraderecha bolsonaristas por conspirar contra la Constitución y diseminar noticia falsas para destruir reputaciones mediante apoyo oficial y privado.

Lula, el favorito

Las negociaciones y acuerdos con diversas partidos políticos que viene desarrollando Lula desde hace meses parecen comenzar a dar resultados concretos. Su objetivo: ganar en primera vuelta. El problema de la gobernabilidad, está claro, vendrá después. En principio, para ganar sin segunda vuelta, la ley electoral exige una mayoría absoluta de votos, sin contar los blancos y nulos.

¿Qué dicen los últimos sondeos? Según Poder Data, el 40 por ciento de los brasileños lo votaría. Otras encuestas le dan una preferencia de hasta el 44/43 ciento, como Quaest/Genial y XP/Ipespe, respectivamente. Bolsonaro quedaría segundo con estimaciones que le dan el 30 por ciento (Poder Data), 26 por ciento (Quaest/Genial) y 28 por ciento (XP/Ipespe). Por lo pronto, Lula y Bolsonaro son los únicos con chances. Ambos, muy por encina de los menos de 7 puntos porcentuales que registran cada uno de los demás candidatos.

Para entender las preferencias que reúne Lula es necesario remontarse a mayo del año pasado, cuando confirmó con su reunión con Fernando Henrique Cardoso -líder histórico del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y principal rival del Partido de los Trabajadores (PT) desde la década del ‘80- su disposición a establecer alianzas con cualquier fuerza democrática. Tras meses de negociaciones, ambos coincidieron en la necesidad de consensuar para derrotar a Bolsonaro. El resultado: la casi segura aceptación por parte del Congreso del PT de Geraldo Alckmin como compañero de fórmula de Lula. Aceptación que se formalizará en unos diez días.

La alckimia electoral

¿Quién es Alckmin? Un médico de 69 años que los analistas brasileños ubican en la centroderecha. Fue gobernador del Estado de San Pablo por el PSDB, partido que abandonó en diciembre último tras perder la interna con Joao Doria, el actual alcalde paulista cuya imagen es pésima. Par acompañar a Lula, Alckmin anunció su afiliación al Partido Socialista de Brasil (PSB). Extraña alquimia. El PSB votó a favor del impeachment contra Dilma Rousseff. Sin embargo, mantiene un perfil antibolsonarista.

Una vez cerrada la fórmula, Fernando Haddad -otro histórico del PT- iría de candidato a gobernador en San Pablo. Hoy, cumple el rol de principal operador político de Lula. Es uno de los principales articuladores con el PSB. Su trabajo: que además del PSB, integren la coalición el Partido Comunista de Brasil (PCdoB) y el Partido Verde (PV). Una hoja de ruta avanzada. ¿Qué partidos decididamente opositores a Bolsonaro quedarían afuera? Por el momento, el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que lidera Guilherme Boulos, y la Red de Sostenibilidad (REDE), que encabeza Marina Silva, la ex ministra de Medio Ambiente de Lula.

Lula, además, busca sumar a los movimientos sociales y campesinos. Se diría que las viejas heridas no dejan de sangrar. Muchos dirigentes del PT les reprochan la actitud expectante, o poco decidida, que exhibieron durante el impeachment contra Rousseff. Se trata de los movimientos más radicalizados, con demandas que responden a la necesidades de los sectores más postergados. No es raro que sean reacios a apoyar la inminente fórmula Lula-Ackmin. Entre ellos, los principales son el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), que lidera Guilherme Boulos, y el Movimiento Sin Tierra.

Por lo pronto, la alquimia electoral tiene fecha límite. Hasta el momento, el cronograma electoral señala el 31 de mayo como límite para cerrar los frentes partidarios. Podría modificarse. Ya se prorrogó una vez. Las candidaturas, en tanto, podrían inscribirse hasta el 15 de agosto. Un dato importante: es la primera vez que la Justicia Electoral autoriza este tipo de coaliciones o federaciones partidarias. También la figura de “fusión partidaria”, que habilita a que los partidos fusionen sus siglas. Esto último sería por única vez y con una duración de 4 años.

Hasta el momento solo se registró una “fusión partidaria”: la de Demócratas (DEM) con el Partido Social Liberal (PSL) -el partido que llevó a Bolsonaro a la presidencia-, ambos bajo el nombre Unión Brasil. Desde ese espacio, Bolsonaro procura sumar al Movimiento Democrático Brasileño (MDB) de Michel Temer y al PSDB Cidadania. El panorama de la derecha se completa con la llamada “tercera vía” que procura sin éxito liderar Sergio Moro. El hombre que encarceló a Lula y fue ministro de Bolsonaro es la esperanza ya desdibujada del establishment no bolsonarista. Todo indica que se desmorona. Moro busca que lo sigan Doria y Simone Tebet (MDB). Ninguno supera el 6 por ciento de intención de votos. Lo mismo que Ciro Gomes del Partido Democrático Laborista (PDT).

Razones para dudar

Hasta el momento, y siempre según las consultoras, la meta de Lula de ganar en primer vuelta parece poco probable. ¿La razón? En los últimos meses, Bolsonaro detuvo su caída y comenzó a remontar. Las razones: la ayuda social de 400 reales para 18 millones de familias que sustituyó a la Bolsa Familia -cuyo valor promedio era de 192 reales-, una relativa tranquilidad en el panorama pandémico y la capacidad del propio Bolsonaro y su entorno para tejer alianzas regionales. La misma estrategia que lo llevó al Palacio Planalto, potenciada ahora por el poder presidencial.

En síntesis, y pese a la distancia de 10 puntos que le lleva Lula a Bolsonaro, los analistas dudan de una victoria del líder del PT en la primera vuelta. El juego sigue abierto y octubre queda lejos. Todos juzgan cruciales los apoyos de las coaliciones y siglas en un eventual segundo turno. Por lo pronto, Cardoso dejó entrever que votaría por Lula en el posible balotage. No es poco para ganar. El programa de gobierno y la gobernabilidad, está claro, son otras cuestiones.