Un repaso en primera persona y a vuelo de pájaro por los más de cuarenta años de periodismo, un oficio que despierta sensaciones encontradas y que hoy está en peligro y hay que defender. (Imagen de portada: fotograma de “Disparos en la encrucijada”, video de Marcelo Iconomidis)

Llevo más de cuarenta años en el oficio. Porque el periodismo no es una profesión o una carrera; es un oficio y como todo oficio se lo aprende haciéndolo. Soy parte de una generación de periodistas formados así, en las redacciones y en la calle, en la búsqueda de la información y en la escritura de la noticia de la manera más clara posible, respondiendo a las preguntas básicas.

Durante todos estos años, he sido cronista y editor, redactor y jefe de redacción, corresponsal extranjero, free lance e incluso director de un medio.

Y he pasado de un lugar a otro casi sin transición, he ganado mucho y poco, he disfrutado más o menos.

En cada redacción en la que estuve, aprendí de muchos, a quienes les agradezco sus enseñanzas y su generosidad.

También aprendí de otros a quiénes no conocí más que por sus textos.

Aprendí de George Orwell diciéndome (porque sentí que me lo decía): “En el periodismo hay tres sujetos en juego: aquellos que quieren ocultar, vos que lo contás y el destinatario de tu relato”.

Aprendí de Tom Wolfe cuando me enseñó las premisas para escribir una crónica: “Construir el texto escena a escena, como en una novela; usar la mayor cantidad de diálogo posible; concentrarse en los detalles para definir a los personajes y adoptar un punto de vista para relatar la historia”.

Y aprendí de Rodolfo Walsh, claro. Espero haber aprendido bien de Walsh.

En todo este tiempo, también, me hice adicto a la adrenalina de los cierres contrarreloj.

Lo único constante de estos más de cuarenta años de oficio es que he amado y odiado al periodismo con igual intensidad, como sucede con lo que realmente importa. Nunca un amor o un odio me ha durado tanto.

Por eso hoy, como desde hace tiempo, el Día del Periodista me encuentra preocupado por dos situaciones que van de la mano y están destruyendo el oficio: la concentración de medios y la precarización laboral.

También alarma cómo, producto de esto, para buena parte de la sociedad sea difícil distinguir a un periodista de un animador, de un mercenario o de un operador.

En medio de todo esto, me quedo con una sensación hermosa que tuve cuando empecé y que sigo teniendo todos los días.

La voy a explicar con una anécdota:

Eran los primeros días de trabajo en mi primera redacción y no me salía el comienzo de una nota. En el escritorio de al lado estaba una periodista veterana, muy veterana, que se dio cuenta. Me preguntó:

-¿No te sale el copete?

-No – le contesté.

Y le dije también que tenía una sensación fea, como un nudo en el estómago, porque pensaba que no me iba a salir.

Su respuesta fue tan sorprendente como aliviadora:

-El día que no sientas ese nudo en el estómago frente a la página en blanco vas a dejar de ser periodista.

Más de cuarenta años después, cada vez que empiezo a escribir una crónica recupero esa sensación y siento que sigo vivo como periodista.

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?

¨