Una historia verdadera de un picado de fútbol en la plaza o de cuando traés pibes “de afuera” y los amontonás para ganar, pero cada cual atiende su juego y terminás perdiendo por goleada.

Una vez, sería por el año ’68, tuvimos un conflicto en el equipo que habíamos armado los pibes de la Plaza Iraola de Tolosa. Andábamos todos entre los 10 y los 13 años y habíamos formado “Los Calamares”, quizás inspirados por Platense, el equipo al que Estudiantes le había ganado 4 a 3 en las semifinales del Metropolitano del año anterior. Teníamos una camiseta blanca – de ésas que nos ponían a los pibes en invierno – a la que algunas madres le habían cosido una tira de tela marrón, finita y vertical, en el lado izquierdo del pecho.

Nos conocíamos de memoria y jugábamos bastante bien. Las tenidas contra nuestro “clásico rival”, llamado “Estudiantes de 34”, por la calle en la que vivía la mayoría de esos pibes, nos eran favorables casi siempre. Y a veces nos enfrentábamos con otros equipos de la zona y no nos iba mal. Y si perdíamos era en nuestra ley.

La cosa es que algunos de nosotros – ya no recuerdo quiénes – nos propusimos incorporar nuevos integrantes en el equipo. Pibes “de afuera”, que nunca habían jugado en la plaza. No eran “de los nuestros”, pero algunos – por conveniencia o amistad – propusieron sumarlos para “tener un equipo más fuerte”. Para “ganar siempre”.

Eso desató una interna y algunos de los “calamares” se abrieron. Otros nos quedamos. Por el conflicto, le cambiamos el nombre al equipo. “Taponazo”, le pusimos.

Debutamos contra “Estudiantes de 34”, de locales en la plaza, y nos ganaron 4 a 1. Fue baile. Los “nuevos”, que se conocían entre sí, jugaban la de ellos y nosotros seguíamos en la nuestra. Encima, de técnico quedó el padre de uno de “los nuevos”, que nos fue sacando de a poco a los viejos calamares para poner a los suyos.

Síntesis: entregamos la conducción del equipo, a los “calamares” el técnico nos fue mandando al banco y perdimos por goleada. Terminamos colgados del arco.

Todavía me acuerdo de mi amigo Raúl Rodríguez Dacal mirándome desolado en un costado de la cancha.

-Para qué los trajimos si nos dejan afuera y encima los otros nos cagan a goles… – me dijo, entre la bronca y las lágrimas.

(“Taponazo” pasó sin pena ni gloria. Las interpretaciones políticas son por cuenta y riesgo del lector).

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