Herbert Cukurs se presentaba en Brasil como un empresario letón que había huido del comunismo hasta que fue identificado por sobrevivientes del campo de concentración de Riga. A pesar de eso, se sentía seguro en Sao Paulo, sabiendo que nunca lo extraditarían. En 1965, el mismo agente del Mossad que había comandado el grupo que secuestró a Eichmann en la Argentina lo engañó haciéndose pasar por un empresario austríaco y lo llevó a una playa cerca de Montevideo para ejecutarlo.

Herbert Cukurs no desconfió nada hasta que el 23 de febrero de 1965, a las 12.30 del mediodía, entró con Anton Kuenzle a la casa de veraneo del balneario uruguayo Sangrilá, a pocos kilómetros de Montevideo. Y cuando desconfió ya era tarde: tenía cuatro hombres encima, que le saltaron apenas traspuso la puerta.

Tenía 64 años y todavía se conservaba en forma, a lo que se sumó la fuerza de su desesperación. Resistió cuanto pudo hasta que un martillazo en la cabeza lo dejó inconsciente.

-¡Déjenme hablar – gritó antes de recibir el golpe. No lo dejaron.

Otro de los hombres le puso una pistola en la sien y disparó dos veces.

Cukurs había llegado a Uruguay para ampliar sus negocios con su nuevo socio, el empresario austríaco Anton Kuenzle. Nunca imaginó que ese era un nombre falso, la fachada del agente del Mossad Yaakov Meidad, el mismo que cinco años antes había comandado el grupo que secuestró a Adolf Eichmann en la Argentina.

En cambio, Kuenzle-Meidad sabía perfectamente quién era Herbert Cukurs: un criminal de guerra letón que había servido a las órdenes de los nazis, miembro de la policía auxiliar y de los grupos antisemitas que apoyaron al llamado “Kommando Arajs”, una unidad de exterminio responsable de la muerte de más de 80.000 judíos letones entre 1941 y 1945.

Meidad y los cuatro hombres del Mossad metieron el cuerpo de Cukurs en un baúl, arreglaron sus ropas desordenadas por la pelea y salieron de la casa. Lo dejaron ahí. Recién cuando estuvieran fuera del país darían aviso a la policía para que encontraran el cadáver.

Cukurs aviador.

De Letonia a Brasil

Cuando las tropas soviéticas recuperaron Letonia, Cukurs ya no estaba allí. Había huido días antes hacia Francia, donde se refugió con su familia en Marsella. Lo acompañaban su esposa, Milda; sus tres hijos, Gunnars, Antinea y Herbert; su suegra, Made, y una joven judía llamada Miriam Kaicners.

Por entonces no había acusaciones contra él por crímenes de guerra, aunque era un hombre de relativa fama como el héroe de la aviación letona que había batido récords en vuelos de larga distancia durante la década del ’30. Incluso había hecho vuelos a Japón y Gambia en un avión diseñado y construido por él mismo.

Tampoco lo buscaban para juzgarlo cuando terminó la guerra, pero sabía que no demorarían en hacerlo y en febrero de 1946 se embarcó en el vapor español Cabo de Nueva Esperanza, que partía desde el puerto de Marsella con destino a Rio de Janeiro, donde llegó el 4 de marzo de ese año. Se instaló con su familia en una casa en Sao Cristóvao, en la zona norte de Rio.

Brasil, un país muy remiso a otorgar la extradición de criminales, era un refugio seguro para él.

“Cukurs no ingresó a Brasil por las vías de escape utilizadas por criminales nazis después de la guerra. Ingresó legalmente, beneficiándose de la política de inmigración racista que imperaba en nuestro país: era blanco, europeo y cristiano. Además, aunque el gobierno brasileño hubiera llevado a cabo una investigación más profunda, difícilmente habría encontrado, en ese momento, acusaciones de crímenes de guerra contra Cukurs”, explica el historiador Bruno Leal, autor del libro Herbert Cukurs: La historia de un presunto criminal nazi en el Brasil de posguerra.

Admitido en “carácter permanente” en Brasil.

Empresario innovador

Herbert Cukurs no llegó a Brasil con una mano atrás y otra adelante, también llevaba un pequeño capital, para empezar de nuevo con cierto desahogo. Con esos fondos, diseñó y fabricó “pedalinhos”, las primeras bicicletas acuáticas que se conocieron en el país, y consiguió los permisos para explotar su alquiler a los veraneantes en la Laguna Rodrigo de Freitas, al sur de Rio de Janeiro.

El emprendimiento fue un éxito y Cuckurs se empezó a relacionarse socialmente con los empresarios de la ciudad. Fue bien aceptado. Lo veían como un inmigrante letón que había logrado escapar del comunismo con su familia, serio y emprendedor.

Para 1949 su empresa, Herbert Cia. Ltda, se había expandido también al municipio de Niterói, donde tenía 20 hidropedales, dos lanchas rápidas, cinco kayaks, un velero y un hidroavión para vuelos recreativos que el propio Cuckurs se encargaba de pilotar.

Al año siguiente solicitó la ciudadanía brasileña para él y su familia. Le contestaron que el trámite solía demorar, pero que en su caso seguramente la concederían.

Testimonios escalofriantes

La suerte parecía sonreírle hasta que el respetado empresario extranjero tuvo la pésima idea de mostrarse en exceso. Se sentía muy seguro y eso marcó el principio de sus problemas. Su foto salía en los medios cariocas y el hombre no demoró en ser reconocido por otros letones, en este caso sobrevivientes judíos de los campos de concentración de Riga. Lo denunciaron.

El 30 de junio de 1950, la Federación de Sociedades Israelíes en Río de Janeiro, con base en los testimonios de cinco sobrevivientes del Holocausto, convocó una conferencia de prensa donde acusó a Cukurs de crímenes de guerra.

Al final de la conferencia de prensa, la Federación les entregó a los periodistas la transcripción de cinco testimonios, tomados bajo juramento, sobre las atrocidades cometidas por Cukurs como integrante del Komando Arraj en Letonia.

David Fischkin, uno de los sobrevivientes, identificaba al respetable empresario letón como uno de los integrantes del Komando que el 30 de noviembre de 1941 – en un solo día – ejecutó a balazos a 16.000 hombres, mujeres y niños en el bosque de Bikernieku. “Cuando un niño comenzó llorar, lo separó de su madre y le disparó ahí mismo”, declaraba.

Rafael Schub relataba que la madrugada del 4 de julio de 1941, Cukurs y sus hombres acorralaron a 300 judíos lituanos que pretendían huir país en la sinagoga de Gogolstrasse, en Riga. “Los judíos corrieron hacia las puertas y ventanas, pero los centinelas que estaban afuera les dispararon. Las 300 personas fueron quemadas vivas, incluidos muchos niños” detallaba.

Contaba también que le gustaba dispararles a las víctimas en los talones cuando huían y que, cuando caían imposibilitados de correr, les ponía la pistola en la nuca y los ejecutaba.

Otro de los testigos, Max Tukacier, detallaba las torturas que el propio Cukurs le había infligido en la sede del cuartel de la Gestapo en Riga, en la calle Waldemar número 19. “Recibí golpes horribles que hicieron saltar casi todos mis dientes. Ahora uso una dentadura postiza”, decía. Además, describía ejecuciones sumarias de otros detenidos, por el solo hecho de llorar o desmayarse durante las sesiones de tortura. En una ocasión – agregaba – Cukurs obligó a un hombre de 60 años y a una chica de 20 a desnudarse y tener relaciones sexuales. Ante la negativa del hombre, Cukurs lo desmayó a golpes.

Abram Shapiro relataba una noche de 1942, cuando decenas de detenidos fueron sacados del cuartel de la Gestapo y subidos a camiones. “¿Dónde los llevan?”, le preguntó a un guardia. “Son conejos que llevan al bosque para cazarlos”, fue la respuesta.

“¿Tengo cara de verdugo?”

Cuando los testimonios de las víctimas de Cuckurs fueron publicados en los medios, hubo una reacción inmediata.  El municipio de Rio de Janeiro le revocó la licencia a su empresa, el Ministerio de Aeronáutica le anuló el brevet de piloto y su trámite de naturalización quedó congelado para siempre.

Las muestras de indignación social tampoco se hicieron esperar. Centenares de cariocas y representantes de comunidades judías se congregaron en la Laguna Rodrigo de Freitas para repudiar la presencia del criminal de guerra. Pedían su expulsión inmediata del país.

Herbert Cukurs trató de evitar a la prensa. Recién el 24 de julio – casi un mes después de la conferencia de prensa – un cronista de O’Globo logró interceptarlo en la calle y le preguntó por las acusaciones.

“Mirame bien, ¿tengo cara de verdugo?”, fue la única respuesta que obtuvo antes de que el letón se alejara casi corriendo.

Poco después, Cukurs y su familia se fueron de Rio de Janeiro. Se radicaron primero en Niterói y después en Santos. En 1953 reapareció en Sao Paulo, conde montó una empresa de taxis aéreos.

Ya nadie hablaba de él. Volvía a empezar y vivió con relativa tranquilidad durante siete años, hasta que leyó una noticia que lo aterró.

El criminal en los medios.

El secuestro de Eichmann

El 23 de mayo de 1960, un grupo comando del servicio secreto israelí secuestró en las afueras de Buenos Aires a Adolf Eichmann, uno de los criminales de guerra nazis más buscados del mundo que hacía años que se escondía en la Argentina con la falsa identidad de Ricardo Klement.

Lo sacaron del país en un avión y lo llevaron a Israel, donde fue juzgado por sus crímenes, condenado a muerte y ejecutado el 1° de junio de 1962.

Herbert Cuckurs temió ser el próximo. Aunque nadie había pedido su extradición y no lo habían expulsado de Brasil, pensó que podrían secuestrarlo.

Pidió una licencia para portar armas y también protección policial. Inexplicablemente, las autoridades brasileñas le concedieron las dos cosas. Se compró una pistola Beretta 6.35 y desde entonces nunca salió a la calle desarmado.

Haría lo imposible para que no lo secuestraron, pero el golpe vino desde un flanco que nunca había imaginado.

El engaño del falso austríaco

El 12 de septiembre de 1964 desembarcó en el Aeropuerto de Rio de Janeiro un hombre de mediana edad que presentó un pasaporte austríaco que lo identificaba como Anton Kuenzle. Declaró que era empresario del área de entretenimientos y que llegaba a Brasil para hacer inversiones en el país, especialmente en el rubro turístico.

Con esa fachada, viajó a Sao Paulo y se puso en contacto con Herbert Cuckurs, a quien le dijo que estaba interesado en asociarse con él en su compañía de taxis aéreos, a la que aportaría fondos para comprar más aviones.

El letón aceptó y los fondos frescos no demoraron en llegar. Cuckurs pensó que tenía suerte, hacía tiempo que quería ampliar su negocio. Por otra parte, Kuenzle era un tipo agradable, con quien le daba gusto tratar. Se hicieron amigos y solían compartir los almuerzos de los domingos en la casa de la familia.

Por eso, cuando unos meses más tarde, Kuenzle le propuso a expandir el negocio a Uruguay con una empresa de alquiler de lanchas en el balneario Sangrilá, a 18 kilómetros de Montevideo, Cuckurs no dudó.

Le estrechó la mano a Kuenzle, sin imaginar que en realidad estaba sellando su perdición a manos de uno de los hombres de campo más experimentados del Mossad, el agente Yaakov Meidad, responsable del secuestro de Eichmann en la Argentina.

La ratonera

A principios de febrero de 1965 cuatro jóvenes extranjeros alquilaron una casa veraniega frente a las playas de Sangrilá, cerca de Montevideo. A nadie le llamó la atención la ppresencia de esos cuatro turistas que hablaban un correcto español con acento y que pasaban el día bañándose y tomando sol.

Los cuatro agentes del equipo del Mossad elegido para acabar con Cukurs se hicieron parte del paisaje local para preparar la ratonera destinada al criminal de guerra letón.

A mediados de febrero, en Sao Paulo, Kuenzle le dijo a su amigo Cukurs que había encontrado el lugar ideal para montar la nueva empresa en Sangrilá y le propuso ir juntos a ver la propiedad antes de cerrar la operación.

Llegaron al Aeropuerto de Carrasco en un vuelo corto desde Sao Paulo la mañana del 23 de febrero y de allí fueron en un taxi hasta Sangrilá. Frente a la casa, Kuenzle se detuvo un momento a admirar el paisaje, esperando que el taxi se alejara. Eran las 12.30 del mediodía.

“Es un hermoso lugar”, le dijo a su acompañante.

“Es cierto”, le contestó Cukurs sin saber que estaba a las puertas de la muerte.

Un muerto y una nota en un baúl

Anton Kuenzle abrió la puerta y se hizo a un lado para que Cukurs entrara primero. Entró detrás de él y la cerró rápidamente, antes de que el letón reaccionara ante la sorpresiva presencia de los cuatro hombres que lo esperaban.

Se le tiraron encima, pero encontraron una resistencia inesperada: el hombre de 64 años era más fuerte de lo que parecía.

Un muerto en el baúl.

“El miedo a la muerte le dio una fuerza increíble. Luchó como un animal salvaje y herido”, contó años después el agente Meidad en su libro La ejecución del verdugo de Riga, escrito en colaboración con el periodista Gad Shimron.

La escaramuza terminó con un martillazo y dos tiros con silenciador en la cabeza de Cukurs. Después metieron el cadáver en un baúl comprado expresamente para eso.

El agente Yaakov Meidad esperó unos minutos y se fue de la casa. Los cuatro jóvenes traspusieron la puerta y la cerraron poco después. Los vecinos de Sangrilá no los volvieron a ver.

El 6 de marzo, once días después de la ejecución del criminal de guerra letón Herbert Cuckurs, el comisario de la policía uruguaya Alejandro Otero recibió una llamada telefónica. Su interlocutor, que no se identificó, le dio la dirección de la casa de Sangrilá y le dijo que allí encontraría muerto a un criminal de guerra nazi.

El cuerpo dentro del baúl había empezado a descomponerse y el olor le resultó insoportable. Sobre el cadáver había una nota escrita en castellano:

“Considerando la gravedad de los delitos de los que se acusa a Herbert Cukurs, especialmente su responsabilidad en el asesinato de 30.000 hombres, mujeres y niños, lo condenamos a muerte”, decía el papel.

Al pie del texto, leyó una firma: “Los que no olvidarán”.

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