El almirante Benigno Varela y el periodista y dirigente radical Yoliván Biglieri, que había acusado al militar de “traidor”, se enfrentaron sable en mano al amanecer del domingo 3 de noviembre de 1968. Pelearon tres asaltos a pesar de las múltiples heridas que se causaron y sólo se detuvieron por orden del juez. Jamás se reconciliaron.

Esto es para que ustedes, los militares, aprendan que los radicales no somos ningunos maricones —gritó el hombre con el rostro ensangrentado, mientras un médico intentaba detener la hemorragia.

El otro hombre se detuvo. Caminaba con dificultad por el dolor que le provocaba una herida en la cadera. Giró la cabeza sin darse vuelta y contestó:

-Reconozco su valentía, pero no puedo decir lo mismo de todos los radicales.

Faltaban menos de diez minutos para las 7 de la mañana del domingo 3 de noviembre de 1968. Una mañana soleada en la cual, en cambio de ir a la Iglesia o dormir hasta tarde, el periodista y dirigente radical Yoliván Biglieri y el almirante Benigno Varela se vieron las caras por última vez, sin querer reconciliarse, en una quinta de la localidad de Monte Chingolo, Partido de Lanús.

Después de tres asaltos rabiosos con sable de filo, contrafilo y punta, los dos estaban heridos en distintos lugares del cuerpo; los dos seguían odiándose y habrían seguido peleando si el juez no se los hubiera impedido. Si por ellos fuera no habrían parado de pelear hasta que uno cayera sobre el pasto, sin vida. Porque su determinación era pelear hasta la muerte.

Aunque en ese momento no lo supieran, esos dos hombres, todavía con los torsos desnudos y ensangrentados, pasarían a la historia como los dos últimos duelistas de la Argentina. Tampoco sabían que una foto de ese duelo, que habían convenido como secreto, llegaría a las páginas de The New York Times.

Una acusación de “traidor”

Para noviembre de 1968 el teniente general Juan Carlos Onganía llevaba más de dos años en la Casa Rosada de la que el presidente radical Arturo Umberto Illia había sido expulsado el 28 de junio de 1966 por una junta de comandantes integrada por el teniente general Pascual Ángel Pistarini, el brigadier mayor Adolfo Teodoro Álvarez y el almirante Benigno Varela. La participación de Varela en el golpe había indignado a los radicales, ya que poco antes había jurado lealtad a las autoridades constitucionales y al sistema republicano.

Un mes antes del golpe, en ocasión del Día del Ejército, el teniente general Pistarini había pronunciado un discurso en el que preanunciaba el golpe. Para contrarrestarlo, desde el gobierno se les pidió a los militares que firmaran un acta de apoyo al gobierno constitucional. Pistarini y Álvarez se negaron a firmarla con el argumento que bastaba con su palabra de honor. En cambio, Varela sí había puesto su firma al pie del documento.

El periodista Yoliván Biglieri había permanecido junto al presidente Illia hasta último momento y nunca había perdonado a Varela lo que consideraba una traición. Durante más de dos años mantuvo su encono en privado, hasta que el 14 de octubre de 1968 decidió hacerlo público en un artículo que publicó en el diario que dirigía, Autonomía.

Allí no se guardó palabras y repasó la carrera del marino, pintándola como un cúmulo de traiciones. “Pocos días antes del 28 de junio de 1966, fecha en que el Ejército argentino dio por terminada la gestión del doctor Illia, el entonces comandante de Operaciones Navales, almirante Varela, efectuó una comunicación de lealtad a las autoridades constituidas y hacia la defensa de las instituciones republicanas. (…) Pero quienes pensaron que el almirante Varela iba a actuar de acuerdo con sus convicciones, no conocían sus antecedentes. Varela era el mismo que juró lealtad a Perón después del 16 de junio de 1955 y el que después del 16 de septiembre quería fusilar peronistas. Era el mismo que mostraba lealtad al almirante Rojas y lo apostrofaba después que el doctor Frondizi asumió el gobierno. Era el rebelde del 2 de abril de 1963 que, como no pudo embarcarse a bordo de los buques revolucionarios, manifestó después que había concurrido a los mismos para tratar de disuadir a sus compañeros de tal intento. Era el que había realizado mejoras en su casa utilizando personal y fondos de las fuerzas armadas”, escribió.

El almirante ofendido

Un amigo comedido le hizo llegar a Varela el ejemplar de Autonomía donde se hablaba en esos términos de él. Cuando lo leyó decidió que la única manera de reparar la ofensa era en el campo del honor y envió un telegrama a Biglieri retándolo a duelo.

Lo que no sabía Varela era que Biglieri había estudiado en el Liceo Militar y que era un consumado esgrimista. Lejos de amilanarse por el reto, el periodista designó como padrinos al ex senador Vicente Mastolorenzo y al abogado Jorge Nage. Por el lado de Varela, se presentaron el almirante Carlos Alberto Garzoni y el civil Atilio Barneix.

Hicieron falta tres reuniones para definir el duelo. Los representantes de Varela sostenían que su apadrinado era el ofendido y que eso le daba derecho a elegir las armas. Los padrinos de Biglieri aceptaron que el arma fuera sable de filo, contrafilo y punta, un arma que el radical manejaba con destreza.

El arma elegida era señal de que los contendientes querían ir hasta las últimas consecuencias. De hecho, el duelo no sería a “primera sangre”, es decir, que se daría concluido cuando uno de los dos duelistas recibiera la primera herida, sino hasta que las heridas impidieran continuar a alguno de los dos.

El lugar para el enfrentamiento, en cambio, fue motivo de discusiones. El marino proponía que fuera en la cubierta de un barco, mientras que el radical pedía que se enfrentaran en el tercer piso del edificio de la CGT. Como no se ponían de acuerdo, se terminó eligiendo un “lugar neutral”, una quinta de Caaguazú al 200, en Monte Chingolo.

Aparecen los periodistas

La fecha del duelo quedó fijada para el domingo 3 de noviembre al amanecer, y aunque se había acordado que el lance sería secreto, la noticia se filtró. Un juez platense ordenó a la policía que averiguara si el trascendido era cierto, pero por razones que siguen siendo un misterio -aunque se sospecha que fue un pedido de Biglieri al comisario de Lanús, a quien conocía -, la Bonaerense le informó al juez que no había podido confirmar nada.

Los que sí averiguaron hasta el último detalle del lance fueron los periodistas. Cuando los duelistas, el juez del duelo (el instructor de esgrima Escipión Ferreto), los padrinos y los médicos (uno por contendiente) llegaron al lugar encontraron que había cronistas y fotógrafos de Clarín, Crónica y La Nación. No eran los únicos: por esos días había corrido la versión de que el multimillonario Aristóteles Onassis vendría a la Argentina y la BBC, Los Ángeles Times y The New York Times habían mandado enviados especiales a Buenos Aires. Onassis no llegó nunca, pero alertados por sus colegas locales del duelo, los enviados los acompañaron.

Hubo discusiones y finalmente los periodistas se retiraron de la quinta, pero no iban a perderse la noticia. Pudieron seguir las alternativas del duelo, fotografiarlo y filmarlo desde el techo de una casa cercana. Fue así que, poco después, una crónica con foto del lance fue publicada por The New York Times. Los Ángeles Times también publicó una crónica con el título “Affaire de honor en Argentina”.

Tres asaltos sangrientos

Pese a lo avanzado de la primavera, hacía frío ese amanecer en Monte Chingolo cuando exactamente a las 6 y 12 de la mañana los duelistas estuvieron frente a frente.

En su libro “Duelos” – quizás el más exhaustivo que se haya escrito sobre el tema en la Argentina – el periodista e historiador Mariano Hamilton relató pormenorizadamente el desarrollo del lance:

“Biglieri y Varela estaban tensos, pero ambos se soltaron cuando Ferretto gritó ‘a ustedes’. Y lo que pasó de ahí en más es la crónica de tres asaltos salvajes.

“En el primer ataque, Biglieri le cortó parte de la oreja derecha a Varela. En la carga siguiente, lo hirió en el brazo derecho. Varela no se quedó atrás y lastimó a Biglieri en la mano. Con un rápido movimiento Varela le hizo saltar los anteojos a Biglieri y lo lastimó en el puente de la nariz: había tirado un hachazo a fondo que por poco no le partió la cabeza al medio como una sandía.

“En el segundo round, Varela cortó a Biglieri en el pómulo y en el abdomen, pero tampoco la sacó gratis, ya que Biglieri le metió un puntazo en la cadera izquierda.

“Tras 20 minutos a todo trapo, los dos estaban extenuados, pero no querían dar el brazo a torcer. Entre el segundo y el tercer asalto fueron revisados por los médicos, quienes sugirieron que se debía parar el combate. Pero ambos se negaron. La adrenalina de la sangre corriéndoles por el cuerpo podía más que el dolor y el cansancio.

“En la tercera vuelta, Biglieri fue a fondo y con la punta del sable hirió a Varela en la tetilla izquierda. Estuvo a nada de atravesarle el corazón. El sable cayó de las manos de Varela y se detuvo el combate para esterilizarlo. Mientras los padrinos limpiaban el arma, los dos se seguían insultando a los gritos y repetían una y otra vez que el duelo todavía no había terminado y que era a muerte.

“Los médicos los autorizaron, pero ya casi ni podían mantenerse parados. Los médicos y el director del combate dijeron basta. ‘Las heridas son parejas y ya no pueden seguir’, dijo Ferretto. Su decisión fue inapelable. Se habían producido catorce embestidas de uno y otro lado y los cuerpos de los dos estaban bañados en sangre. Habían sido 28 minutos tremendos”, escribió.

Sin reconciliación

El duelo se dio por finalizado contra la voluntad de los contendientes. Ni Varela ni Biglieri querían parar, y mucho menos reconciliarse.

-Me voy a reconciliar el día que Biglieri publique una retractación de las ofensas a las que fui sometido – dijo Varela a través de sus padrinos.

-No habrá tal retractación, ni reconciliación – contestó Biglieri, también por intermedio de sus representantes.

Fue entonces, cuando el aún sangrante Biglieri le gritó a su rival, que se alejaba dándole la espalda:

-Esto es para que ustedes, los militares, aprendan que los radicales no somos ningunos maricones.

Y el otro le respondió:

-Reconozco su valentía, pero no puedo decir lo mismo de todos los radicales.

El almirante Benigno Varela murió el 29 de febrero de 1996 en Buenos Aires sin haberse referido nunca públicamente al duelo. En 2001, Yoliván Biglieri aceptó una entrevista y reconoció la valentía de su rival: “Se quedó para morir. Le podría haber cortado la carótida y no lo hice. Le dije que levantara el sable y siguiera peleando”, contó.

Medio siglo después

En ese mismo reportaje, que forma parte de una serie sobre la historia de la UCR, Yoliván Biglieri dijo: “Soy el último duelista del país”.

En 1968, el duelo era un delito. Un decreto con fecha 30 de diciembre de 1814 -que llevó la firma del director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Posadas- prohibía batirse a duelo. Sin embargo, el Código Penal argentino lo castigaba con bastante liviandad: hasta seis meses si no había lesiones o si eran leves; hasta cuatro años si había lesiones graves o muerte, siempre y cuando los rivales se hubieran batido con intervención de padrinos que eligieran las armas y convinieran las condiciones del desafío.

Debió pasar medio siglo del último duelo para que se la prohibición fuera acompañada de serias penas. Fue con un proyecto de ley presentado el 1° de agosto de 2018 -y prontamente aprobado -, donde se recuerda aquel duelo como el último. En los fundamentos se dice: “Pretender resguardar el honor bajo un desafío con armas resulta inaceptable en estos tiempos ya que para la defensa del honor de las personas se han creado procedimientos especiales dentro del ámbito jurisdiccional, siendo que hoy se encuentra a disposición de cualquier ciudadano que se sienta ofendido en su honor la promoción de los delitos llamados de ‘acción privada tales como los de Calumnias e Injurias”.

Ni el abogado, político y periodista Yoliván Biglieri ni el almirante Benigno Varela habrían estado de acuerdo.

(Esta nota no habría sido posible sin los aportes de Florencia Giani)

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