Una nueva entrega del diario de cuarentena de un periodista de Socompa al que parece que el aislamiento le viene pegando mal. O quizás no y ya ha pasado a otro plano donde ocurren cosas increíbles. (ilustración de portada: Martín Kovensky)

Nota del editor: Como se advirtió en la primera entrega de este diario, Socompa no se hace responsable de su contenido. Toda acción legal o medida psiquiátrica – incluida la internación – que se decida tomar después de su lectura, se la aplican sólo a él… si es que lo encuentran, porque sigue sin atender el teléfono ni comunicarse por otro medio, salvo las páginas sueltas del diario que nos hace llegar por medios misteriosos. Las fotografías que acompañan el texto son las que el propio autor pegó en las páginas y tampoco nos hacemos responsables por su calidad. Hechas las aclaraciones del caso, pasen y lean:

Lunes 13 – Primera entrada

Querido diario de cuarentena:

Después de un largo silencio retomo la escritura, pero en un cuaderno nuevo, querido diario.

Resulta que mandé a fotocopiar el anterior, porque en este país no creen en los originales sino a las fotocopias (sobre todo si son falsificadas), y desapareció, me lo afanaron.

Quedé realmente preocupado, porque ahí había información sensible sobre mi amigo, el caracol cubano, que si cae en las manos equivocadas puede poner en peligro su misión en estas pampas.

Una preocupación adicional me provocó un mensaje de Miguel Molfino diciéndome que tuviera cuidado, que el caracol cubano podía ser un agente del G2. No creo que sea así, pero tomaré mis precauciones.

El caracol volvió anoche, justo cuando estaban entrevistando a Alberto. Escuchó en silencio y cuando terminó la entrevista me dijo:

-Oie, chico, que tu Albertico es un cuadro…

Le iba a responder algo, pero no me dio tiempo.

-¿Y tú dices que estos antipuelcos son reporteros? – me preguntó señalando con sus cuerno-ojos la pantalla donde aparecían Del Moro y Sietecase.

Sylvestre: un azocao, según el caracol.

-¿Por qué? – le repregunté.

-Que más que reporteros parecen azulejos ianquis, chico. Que en la televisión de tu patria no veo más que azulejos, como el Majul ése, o azocaos, como ese que iaman el Gato y glita como puelco en matadero.

(No voy a explicar acá, querido diario, qué significan azulejos ni azocaos. Si este nuevo cuaderno cae en manos extrañas, que se tomen el trabajo de averiguarlo).

La cuestión es que no quise seguir la conversación, querido diario, porque si me prendía iba a terminar escribiendo algo agresivo en el feisbuc contra esos mismos personajes, así que le propuse tomarnos lo que quedaba del ron que habíamos abierto hacía unos días.

Mientras lo tomábamos le conté al caracol cubano mi conversación con las hormigas internacionalistas y le aseguré que no sólo no lo atacarían sino que le facilitarían el paso, habilitándole sus túneles.

Se mostró satisfecho, bostezó y me dijo:

-Que me voy a dormí, chico, que estoy acoquinado.

Me quedé sólo frente al televisor y empecé a hacer zapping hasta que se me apareció Claudio María Domínguez en la pantalla.

Demasiadas emociones para un solo día, querido diario. Así que me fui a dormir.

Soñé que estaba en Sierra Maestra con el caracol cubano.

Cambio y fuera.

Lunes 13 – Segunda entrada

Querido diario de cuarentena:

Hice pollo a la portuguesa, uno de los platos preferidos de mi abuelita Lola, aunque ella era gallega. Cuando me lo estaba sirviendo, el caracol cubano apareció con aire somnoliento, como si recién se despertara.

-¿Eso que tú tienes es poio? – me pregunto.

-Sí, a la portuguesa. ¿Querés? – le contesté.

Afirmó con un gesto de sus cuerno-ojos, así que le serví. También le puse un poco de malbec en una tapita de gaseosa, para que no se atragantara. Se lo mandó de un trago.

-¿Te gusta? – le pregunté.

-Que sí, chico, que se iama La Poderosa, como la moto del Ché comandante.

(Creo no haber contado que el caracol cubano tiene la misma voz que Nicolás Guillén)

No more comment, querido diario.

Martes 14 – Única entrada

Querido diario de cuarentena:

Hoy no tuve que cocinar, el caracol cubano estuvo de acuerdo en comer el pollo a la portuguesa que sobró de ayer. Que estaba bueno el poio, me dijo con su voz de Nicolás Guillén.

La novedad fue que descubrió el postre de vigilante y me pidió repetir con dulce de batata, porque el de membrillo no quiso ni probarlo.

-El membriio e’ muy azucarao, chico, y io de azúca estoy hasta los cuelnos, que en Cuba hay mucha caña – me explicó.

Para la sobremesa nos abrimos una segunda botella de vino porque se nos acabó el ron y habrá que esperar para reabastecerse. Le está gustando mucho el Malbec, porque me hizo servirle como cuatro tapitas hasta el borde.

Ya al final, muy entonado, levantó el cuerno-ojo izquierdo como si fuera un puño y empezó a gritar vivas a la Segunda República Española. Durante el almuerzo habíamos hablado de que hoy era el aniversario y también de la guerra civil, pero no me imaginé que se iba a entusiasmar tanto.

Después de las vivas, que fueron como tres o cuatro conmigo haciéndole coro, me pidió:

-Oie, chico, ¿por qué no pones en el iutub ése el Himno de Riego?

Y así estuvimos un buen rato, primero cantando el himno y después destrozando “¡Ay, Carmela!” en un dueto tan argentino-cubano como el Che Guevara.

Seguimos desafinando hasta casi las cuatro, cuando me dijo que tenía que salir un rato porque tenía una cita con las representantes de las hormigas internacionalistas para coordinar aspectos de su próxima misión.

-¿Te entendés bien con ellas? – le pregunté.

-De maraviia, chico, de maraviia. Más que naá con la negra calpintela y esa colorada culona, como tú la iamas.

-¿Y de qué se trata la misión? – quise saber.

Si seguía en pedo se le pasó de repente, porque se puso serio y me contestó:

-Qué tú crees, chico, ¿Qué voy a decilo? Mira con lo que tú sales…

Me sentí ofendido y le reproché:

-¿No confiás en mí, caracol?

-Que sí, chico, que sí confío, pero el que tiene boca habla.

En fin, la cosa es que se fue al encuentro de las hormigas y yo me quedé pensando en qué carajo me había querido decir.

A veces no es fácil entenderse con el caracol cubano, querido diario.

Es todo por ahora. Me voy a descorchar otro malbec.

Miércoles 15 – Primera entrada

Querido diario de cuarentena:

El caracol cubano volvió ya entrada la noche de su reunión con las hormigas internacionalistas. Lo primero que hizo al llegar fue indicarme que lo siguiera por el parque hasta el bosquecito de arbustos y me señaló un lugar. Era uno de sus canutos (parece que antes de que se me presentara estuvo armando varios en los rincones más inaccesibles del parque), donde había otra botella de ron Santiago de Cuba.

No me lo dijo, pero creo que fue su manera de disculparse por lo cortante que se había mostrado conmigo cuando le pregunté por la naturaleza de su nueva misión.

Ya de regreso en la casa, me serví un vaso y le llené la tapita. Cuando se la alcancé me esperaba con un papelito diminuto que tenía agarrado con sus dos cuerno-ojos.

-Toma, chico – me dijo.

El papelito en cuestión tenía una serie de letras y números muy pequeños. Me costó leerlos.

-¿Qué es esto? – le pregunté.

-Qué tú crees – me respondió con su voz de Nicolás Guillén -. E’ un código, chico. ¿O es que no alcanzas a leer ni un tantico con esos espejuelos que tú tienes?

La hora siguiente la dedicó a enseñarme a usarlo. Me explicó que durante su próxima misión probablemente me hiciera llegar algún mensaje y que con el código podría descifrarlo.

-¿Y cómo me lo vas a hacer llegar? – le pregunté.

-Ia verás, chico. Tú préstale atención a las aves – me respondió enigmático.

Antes de servir la tercera ronda de ron quise saber cómo le había ido en su reunión con las hormigas internacionalistas. Me miró serio con sus cuerno-ojos y cuando yo ya creía que iba a responderme mal como la última vez, me dijo.

-Bien, chico, pero cuando caió el sol salieron como perro que tumbó la olla.

Entendí que las hormigas habían salido cagando cuando se puso oscuro y que eso lo había disgustado un poco.

Seguimos tomando ron, querido diario. El caracol cubano parece tener una interesante cultura alcohólica, pero poco antes de medianoche estábamos bastante achispados.

Tal vez animado por el Santiago de Cuba me atreví a pedirle que me recitara “Che comandante, amigo”. Desde la primera vez que lo escuché hablar que quería pedírselo, para comprobar si sonaba igual que Nicolás Guillén.

No se hizo rogar y empezó, con pronunciación algo vacilante por los efectos del ron:

“No porque hayas caído / tu luz es menos alta. / Un caballo de fuego / sostiene tu escultura guerrillera / entre el viento y las nubes de la Sierra. / No por callado eres silencio”.

A esa altura ya no pude contenerme y me sumé al recitado, que seguimos a dos voces. Así llegamos al final:

“Pasas en tu descolorido, roto, agujereado / traje de campaña. /El de la selva, como antes / fue el de la Sierra. Semidesnudo / el poderoso pecho de fusil y palabra, / de ardiente vendaval y lenta rosa. / No hay descanso. / ¡Salud Guevara! / O mejor todavía desde el hondón americano: / Espéranos. Partiremos contigo. Queremos / morir para vivir como tú has muerto, / para vivir como tú vives, / Che Comandante, amigo”.

Cuando terminamos a mí se me caían las lágrimas, querido diario, y creí ver que sus cuerno-ojos también estaban húmedos.

Nos despedimos con un hasta la vista, compañero. En la botella de ron no quedaba ni una gota.

Miércoles 15 – Segunda entrada

Querido diario de cuarentena:

Hoy fue un día en cámara lenta, seguro que por la resaca del ron que nos tomamos anoche con el caracol cubano. No quedó ni una gotica, como dijo él.

Más temprano le di una baldeada al patio, aprovechando que no andaban las hormigas. Desde que me dijeron que eran obreras e internacionalistas las trato de otra manera.

El caracol apareció hace un rato, justo cuando terminaba de ver “La cuadrilla”, de Ken Loach, para levantarme el ánimo en medio de la depresión del aislamiento.

-¿Quién es ese cabaiero? – me preguntó, señalando una foto de Paolo Rocca que ilustraba una nota que estaba en la pantalla de la computadora.

Le expliqué quién era, le conté de los despidos y me explayé sobre la campaña de resistencia de los poderosos de la Argentina y de sus lacayos periodísticos contra la aplicación de un impuesto a la riqueza.

-Mira, chico – me dijo después de escucharme con mucha atención (se nota cuándo está atento por la posición en que pone sus cuerno-ojos) -, que aiá en Cuba a esos gringos descaraos los dejamos sin divisa y colorín colorao este cuento se ha acabao.

“Aiá, en Cuba”, dice el caracol.

-Sí, compañero – le contesté -, pero esto es la Argentina y…

-Si, ia sé, que aquí son más roio que película, compañero – me interrumpió.

No supe que contestarle, querido diario, así que lo dejé leyendo las noticias, me calcé el barbijo y me fui a comprar unos tubos de Malbec para esta noche.

Me parece que vamos a terminar jalaos otra vez.

Jueves 16 – Única entrada

Querido diario de cuarentena:

El caracol cubano partió hacia una nueva misión. Antes tomamos unos mates. ¡Hay qué ver cómo le gustan los verdes al caracol, querido diario! Nos tomamos como dos pavas en el patio, hablando de todo un poco.

De todos modos, lo noté un poco inquieto, quizás por su inminente partida. Finalmente me atreví a preguntarle:

-¿Te preocupa algo?

-No, chico, na’a. Es que amanecí con el moño vira’o – me contestó y cambió de tema.

Me dijo que iba a demorar unos días en volver, pero que estuviera atento porque tal vez necesitara un enviarme un mensaje.

-Que para eso tienes el código, chico – me dijo, refiréndose al papelito con las claves alfanuméricas que me había dado.

“Eso insecto que tu iamas abejolo”.

-¿Y cómo me lo vas a mandar? – le pregunté.

-Tú tienes que estar atento a las aves – me respondió y después de una pausa agregó, señalando con su cuerno-ojo derecho hacia una planta cercana donde pululaban unos insectos: – Y a eso insecto que tú iamas abejolos.

Me quedé mirándolo, pero no dijo más.

Minutos después nos despedimos con un “Hasta la vista, compañero”.

Me quedé dando vueltas por el parque un rato, viéndolo partir. Más tarde, cuando fui a prepararme algo para comer, en la cocina encontré otro papelito escrito con la inconfundible letra del caracol.

“Busca allí”, decía, y debajo del texto había un plano del parque y una cruz señalando un lugar preciso. Demoré en encontrar el lugar, pero lo que había allí valió la pena. Entre las raíces sobresalientes de un árbol había escondida una botella. Era otro ron “Santiago de Cuba” y en la etiqueta pude leer otro mensaje del caracol cubano. Mientras lo leía, me pareció escuchar su voz de Nicolás Guillén:

-Que lo disfrute, compañero, pero no vaia a jumarse.

Voy a esperar a que se hagan las 7 de la tarde, hora de Cuba, para abrirlo en honor al caracol.

Es todo por ahora, querido diario.

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