Alberto Fernández puso las LeLiq en el centro del debate. No es poco en la previa de las Paso. De aquí a octubre nada será como fue. La batalla virtual pierde centralidad de cara a la pesada materialidad del desastre económico y social. La “bronca” presidencial y algunos datos sobre la brigada antiexplosivos del candidato del Frente de Todos.

Un fantasma persigue a Macri. El fantasma de la economía. Cuando el gobierno creía que en la previa de las Paso la discusión quedaría encapsulada en las redes sociales, en esa suerte de batalla virtual entre la decepción y el miedo, Donald Trump, el aliado inestable de Mauricio Macri, pateó el tablero, China respondió, el dólar se disparó y el riesgo país volvió a empinarse. El efecto, en verdad, se hizo sentir en todo el mundo. Sin embargo, como suele ocurrir cuando “pasan cosas”, el cimbronazo fue mayor por estos pagos.

¿El temor del oficialismo? Que el dólar, ese artefacto que interpela cotidianamente a la política, se instale nuevamente en la tapa de los diarios y su efecto, nada simbólico, se traslade con su pesada materialidad a las góndolas para reavivar la discusión sobre la economía real. En los despachos oficiales saben que hay indicios de que mucho eso verá de aquí hasta octubre. Se trata del famoso pass-throught. Llevará unos días, aunque no tantos. Lo que tarden en llegar a las góndolas las nuevas listas de precios.

Las definiciones de Alberto Fernández,

Por el momento, el delay le permitirá el elenco oficial sortear las Paso sin titulares catastróficos. Apenas un respiro. La inflación de julio, que se calcula cercana al 2,5 por ciento, se conocerá el jueves próximo. La IPC de agosto cargará con el traslado. El hecho es que las grandes cadenas de supermercado abrieron el paraguas. ¿El que avisa no traiciona? Por las dudas, hicieron saber a la Secretaría de Comercio que las productoras de alimentos no están dispuestas a cumplir con el deseo oficial de mantener los precios.

Sí, ya se habla de una nueva ronda de aumentos. De entre el 8 y el 10 por ciento en productos básicos, como harinas y aceites. El panorama, no sin algunas piruetas discursivas y bien por lo bajo, lo admiten en el entorno de Dujovne. Abocados full time a la improbable tarea de evitar que la economía sea tema de campaña dicen que “el problema no es el dólar, sino el traslado”. Extraño argumento. Como si dólar y precios fueran universos paralelos. Algo que ni ellos creen.

Por lo pronto, mientras la campaña discurre, la economía sigue derrumbándose. Los datos difundidos esta semana por el Indec confirman el análisis que hacen en las cámaras empresarias: que la industria y la construcción no encuentran un piso firme desde donde iniciar, al menos, una tibia pero sostenida recuperación.

La comparación intermensual, el último argumento oficial, se desvaneció. Luego de arrojar valores levemente positivos en abril y mayo, los números volvieron al terreno negativo. La producción manufacturera cayó en junio un 1,8 por ciento. Solo 2 de los 16 bloques que componen el indicador exhibieron resultados positivos: alimentos y la refinación de petróleo. Ninguno por una mayor demanda interna.

El balance deviene desastroso en la comparación interanual. La caída industrial, la decimocuarta consecutiva, alcanzó el 6,9 por ciento y el primer semestre cerró con un retroceso acumulado del 9,4 por ciento. Muy similar a lo que ocurre en la construcción, que anotó en junio un retroceso intermensual del 4,2 por ciento, revirtiendo los repuntes de mayo y abril, para dejar el nivel de actividad casi un 11 por ciento por debajo del nivel de junio del año pasado.

Un par de datos más que corroboran lo que era previsible: la participación de la industria en el PBI continúa en retroceso. Perdió casi 2 puntos porcentuales entre 2015 y lo que va de 2019. La foto de 2017 es la que mejor explica el modelo en curso. Ese año ganaron la intermediación financiera, las firmas de servicios públicos, la minería y el agro, que ahora, a la espera de una nuevo salto devaluatorio, vende maíz, retiene soja y se dolariza.

La economía se coló en la campaña

Es mérito de Alberto Fernández. El candidato, no sin asumir riesgos, instaló la cuestión cuando le apuntó a los intereses que paga el BCRA a los bancos por las LeLiq que crecieron con Luis Caputo y se multiplicaron con Guido Sandleris, hasta reemplazar y superar en stock a la extintas Lebac que prohijó Federico Sturzenegger. El tema es clave. Tan central como qué hacer para evitar la constante fuga de capitales que desangra la economía y dispara las recurrentes restricciones externas.

Va de suyo que cada quien tiene su fantasma. Al de Alberto Fernández, aunque de carácter transitivo, lo llaman cepo. Control de cambio, para ser exactos. Un tema que pianta votos y, por el momento, se mantiene entre bambalinas. Por lo pronto, el candidato avanzó con la cuestión de las LeLiq. No es poco. Se trata, en definitiva, del único instrumento con que cuenta hoy el BCRA para evitar una estampida. El stock asciende a casi 1,2 billones de pesos. El 85 por ciento de la base monetaria o, aplicando una contabilidad benigna, el 45 por ciento de las reservas internacionales.

En el entorno del candidato del Frente de Todos dicen que Fernández ya armó su brigada antiexplosivos. La encabeza Arnaldo Bocco, quien fuera director del BCRA y titular del BICE. Una tarea de alto riesgo en la que, llegado el caso, también tallarían otros dos economistas con experiencia en el sistema financiero. Uno es Eduardo Hecker, ex funcionario del gobierno porteño con Aníbal Ibarra, ex presidente del Banco Ciudad y titular de la CNV hasta 2009, cuando renunció por diferencias con Guillermo Moreno en el tema Papel Prensa. Una salida que, en ese momento, Fernández lamentó y calificó de “remoción”. El tercero es el actual presidente del Banco de Tierra del Fuego, Miguel Ángel Pesce, un radical que adscribió al kirchnerismo y que se desempeñó como vicepresidente del BCRA desde 2004 hasta 2015.

Pesce, Bocco y Hecker.

En los últimos días, Bocco y Pesce salieron al cruce de las repetidoras oficiales. Fue cuando el oficialismo insinuó que las críticas del candidato del Frente de Todos por las LeLiq constituían un intento de desestabilización. No solo lo negaron. Afirmaron además que un aumento de las jubilaciones no era incompatible con una baja de la tasa de interés. También dejaron en claro que Fernández nunca habló de default. Ambos apuntaron que habrá “una salida virtuosa” y que el desarme de la bomba se dará en el marco de una política de concertación entre precios y salarios. Es verdad, por el momento, ninguno hiló fino.

Mientras tanto, la bomba LeLiq sigue creciendo en forma exponencial: 175 por ciento en solo diez meses. Por semana, el BCRA renueva un promedio de 265 mil millones de pesos. Un 274 por ciento más que al inicio del régimen. Solo para dimensionar: en julio, el BCRA pagó a los bancos, exclusivos beneficiarios de una súper tasa que seguirá en aumento, 62 mil millones de pesos. Próximas a cumplir un año de vida, las criaturas ya se devoraron 432 mil millones de pesos en intereses.

El Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz analizó la situación. La foto de mayo indica que ese mes “los bancos recibieron los depósitos de sus clientes y pagaron por ellos unos 40 mil millones de pesos a una tasa del 52 por ciento anual. Al darse vuelta e invertir ese mismo dinero en LeLiq recibieron un rendimiento un 30 por ciento superior”. Conclusión: ganaron 12 mil millones en un mes sin invertir capital propio. Los economistas del Ceso lo bautizaron Plan descansar. “Un privilegio –advirtieron- que pulveriza la oferta de crédito al sector privado y que, además, borra el rol básico de intermediación financiera y fomento del crédito”.

El Ceso agregó un ejercicio que permite cuantificar el daño social: “Ya se pagaron intereses por unos 432 mil millones a los bancos. Si comparamos esta masa de recursos pagada al capital financiero contra diferentes medidas de ingresos para los sectores populares, se tiene que equivalen por mes a 4,2 millones de salarios mínimos, 4,5 millones de jubilaciones mínimas y 20 millones de AUH”.

El ruido y la furia

El BCRA bajo la conducción del FMI, es decir desde que Sanlderis reemplazó a Sturzenegger, modificó en reiteradas ocasiones su estrategia para controlar los agregados monetarios y alcanzar por este camino su único objetivo: que el dólar no se dispare. El relativo éxito conseguido, a costa de rifar reservas y de mantener una tasa de interés sideral, solo posterga el problema auto infligido por la encerrona cambiemita y su ineficacia para lidiar con la restricción externa y la inflación.

Los ex funcionarios kirchneristas que se desempeñaron durante el segundo mandato de Cristina esgrimen que el llamado cepo, al menos, permitió administrar la escasez. La desregulación cambiaria y la liberalización de los flujos de capital operadas por Cambiemos, sin una drástica modificación del rumbo, más temprano que tarde implicarán un brutal sincericidio: una nueva devaluación. Otra ronda inflacionaria con pérdida para el salario real y ganancias para muy pocos.

Se trataría, de consumarse, un nuevo golpe distributivo. Un nuevo derrumbe social que se sumaría a los estragos ya ocasionados. Según el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas que dirige Claudio Lozano, la pobreza trepó al 34,1 por ciento de la población en el primer trimestre de este año. Implica 15,3 millones de pobres. La faceta más cruel, el hambre. Alcanzó el 7,1 por ciento. Más de tres millones de indigentes.

En el horizonte oficial solo queda el ruido y la furia. La bronca actuada, en el peor de los casos. Por cierto, también, y solo tal vez, algunas ruinosas monedas de la fabulosa ayuda financiera del FMI al gobierno de Macri. Unos 22 mil millones de dólares en un año. Muy probablemente, la campaña electoral más cara e infame de la historia universal.

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