Clarín inventa, Carrió se burla, algunos otros suman confusión a hechos no esclarecidos, al tiempo que las maniobras de encubrimiento se suceden las unas a las otras, sin  preocuparse siquiera por ser verosímiles. Y sin embargo, no son pocos los que se disponen a creer lo que sea.

Raquel Robles, la escritora y militante que hace pocos días se desnudó en Comodoro Py para mostrar el reclamo que escribió en su cuerpo por la aparición con vida de sus padres y de Julio López, publicó en Anfibia una crónica de su alma desgarrada por la angustiante ambivalencia que entraña preguntarse si el cuerpo hallado en el río es el de Santiago Maldonado, ya que, si no lo es, Santiago seguirá siendo un desaparecido –ese eufemismo que nos inventamos para llamar a personas torturadas, asesinadas y escondidas– y el cuadro empeora, porque el cuerpo hallado pertenecería a otro desdichado. “Ojalá que el cuerpo que encontraron en el río sea Santiago. Ojalá que el cuerpo que encontraron en el río no sea Santiago”, escribió.

Raquel alude a la certeza estúpida de que hasta lo peor es posible, como cuando, en una visita a la casa donde vivió con sus padres, rompió en llanto. Alguien trató de secar sus lágrimas aclarándole que los militares no iban a volver. Raquel, en realidad, lloraba porque los que no iban a volver eran sus padres. También trae a cuento Matadero Cinco, una novela de Kurt Vonnegut que responde a la lógica demencial de la guerra con una historia de alienígenas abductores que creen en la simultaneidad del espacio-tiempo. Aún en la sátira, muestra, no hay sinsentido más atroz que la realidad.

Durante la dictadura, la cultura produjo muchos ejemplos de cómo las ideas transforman la realidad para relativizar, minimizar o tergiversar el horror de militares abocados a la desaparición de personas. Los portavoces del macrismo enseñan que ese sustrato sigue ahí, tan vivo que esas llamaradas de odio no parecen afectar los resultados electorales.

 

Si hablamos de medios, podemos ir más cerca. La conversión de rumores intencionales en versiones “serias” o incluso en noticias nos recuerda el último eslabón de desatinos que tuvo lugar a fines de 2009, durante la desaparición de la familia Pomar.

Cuando muchos creíamos que todos los disparates habían sido dichos, cuando el aluvión de especulaciones parecía agotado, Fantino invitó a “Animales sueltos” a Fabio Zerpa, experto en ovnis –si tal especialidad fuese posible. Fue Pamela David quien le preguntó si la familia pudo haber sido abducida por extraterrestres. Zerpa, desde luego, contestó que sí. Estoy seguro que no lanzó su idea en el vacío. El ufólogo, viejo Vizcacha del siglo XXI, sabía que había sembrado su tesis en terreno fértil: si los Pomar habían desaparecido sin dejar rastros, bien podrían haber sido llevados por alienígenas, esas criaturas en las que tanta gente cree. Desde luego, florecieron otras hipótesis con méritos parecidos. Algunos periodistas arriesgaron que los Pomar habían salido del país, otros que encontraron indicios de que el padre podría haber asesinado a su familia y hasta hubo quienes lo vincularon con el cartel de Sinaloa.

Conté aquella desventura televisiva en el diario Crítica de la Argentina un 8 de diciembre, el mismo día que aparecieron los Pomar sin vida al costado de la ruta 31. Habían sufrido un simple accidente automovilístico.

Cuando esa nota salió yo no sabía que la tesis de Zerpa en lo de Fantino había tocado fondo, ni que había asistido al último de un tendal largo y desquiciado. Pero también pensaba, como lo pienso ahora, que las historias más descabelladas no cuajan sin un ambiente receptivo.

Las historias que inventaron sobre Santiago Maldonado los medios aliados al gobierno, muy interesados en un país sin cambios; los periodistas serviles del poder que, con ficciones más o menos verosímiles, intentaron desviar la atención para extinguir el reclamo por su aparición con vida, no proliferan sin demanda. Historias como las del pueblo de Entre Ríos donde todos los habitantes son idénticos a Maldonado o fábulas como la del puestero herido, no surgen sin un público ávido de consumirlas y procesarlas junto a su “sentido común” y dispuesto a repetir como mantras prejuicios y teorías conspirativas cristalizadas en bits o papel, vociferadas por los lanatas, majules o leucos de este mundo. O que lo inundan de desvaríos balbuceantes, como los de Elisa Carrió cuando, entre risas, compara la temperatura del cuerpo hallado en el río Chubut con el de una leyenda urbana sobre Walt Disney, o consideró que Santiago podía estar vivo en Chile, reduciendo su condición de desaparecido a un falaz porcentual. Más estremecedor es comprobar que su corazón de hielo refleja el de cientos de miles de votantes. Hay muchos argentinos satisfechos o impasibles ante su monstruosa falta de empatía. Hasta el gobierno, que no solo abandonó sino que hostigó a la familia Maldonado, se apuró en hacer una encuesta telefónica para determinar cuánto había influido el caso. Claro, el macrismo no “hace política” con un desaparecido: solo le interesa las intenciones de voto.

 

No bien Patricia Bullrich, con el respaldo del presidente, asumió abiertamente la defensa de la Gendarmería sellando un tenebroso pacto de reciprocidad previo al informe sobre la muerte de Nisman, puso a trabajar la imaginación de miles de editores y escribas oficialistas para volcar a su favor lo que era un seguro salvavidas de plomo. Estos operadores, que pusieron la cara por patronales periodísticas que dejarían de ganar mucho dinero si este gobierno pierde el control de la situación, son los que justifican la aversión de la familia Maldonado a cierta prensa, como la que alentó a participar de una marcha que acabó con infiltrados disléxicos pintando en El Cabildo “Santiago es Anakista”.

Aún parados en las intersecciones, donde nuestra burbuja se cruza con las burbujas ajenas, no alcanzamos a comprender cómo son posibles estas cosas. Pero no hay locura, desvarío ni mentira que dure cien años. En los próximos días escucharemos otras versiones, y otras, y otras, en un crescendo que solo podrá mitigar la información provista por las fuentes menos afectadas por los intereses económicos y políticos dominantes. Volverán a circular historias destinadas a un público que se alimenta de ellas para racionalizar una realidad continuamente reconstruida con su consenso, su indiferencia o su voto, formando un mosaico de espejos que hacen de ciertas fantasías “realidades a medida”.

Las especulaciones sobre el triste hallazgo, 78 días después, río arriba y a 300 metros del epicentro del sitio donde reprimió la Gendarmería, y las posibles motivaciones para enrarecer el clima político “plantando un cuerpo” cerca de las elecciones, deberán esperar. Del otro lado hay decenas de justificaciones listas. Si el plan es dañar, volveremos a confirmar que todo es posible. Ahí está el caso de Claudio Andrade, el redactor de Clarín que, citando misteriosas “fuentes oficiales”, escribió que se había hallado el cuerpo “en un sector que no había sido rastrillado” o dio entidad al rumor según el cual “el cuerpo apareció en el área donde más mapuches hay viviendo”. El escándalo no es la maldad ni la falta de ética, que parecen ilimitadas, sino la miopía histórica: sembrar desinformación es para el parte diario, la posteridad hablará de otra cosa. Mientras tanto, unas versiones tapan a otras y, en la confusión, muchos no reconocen la parte inventada o se quedan con la que confirma su expectativa. Las verdades documentadas llevan tiempo, pese a que ciertas esperas entrañan el riesgo de que la Historia nos lleve puestos.