El hoy ex director del Centro Cultural San Martín hizo de su cargo una coartada para acosar a las mujeres que trabajaban con él. Anahí de la Fuente le inició un proceso penal que fue acompañado por el colectivo de actrices argentinas. Otro paso más contra una realidad de violencia creciente contra las mujeres.

En 2009, fue entrevistado en un programa sobre ciencia y tecnología de la Universidad Nacional de Rosario. Tenía un modo de hablar enfático y daba respuestas redondas. Diego Pimentel se perfilaba como un tipo seguro, aunque su discurso estudiado y su falta de relax frente a la cámara sugirieran lo contrario.  Eran los tiempos en que Facebook comenzaba a popularizarse y él ya estaba pensando en los riesgos: “Hoy, al ser más fácil acceder a publicar tu vida privada, existe una potencial base de datos de hechos del pasado condenatorios con respecto a figuras”, le dijo al entrevistador. Quizás Diego no sabía que hay asuntos que, aunque sucedan en un ámbito cerrado, por ejemplo, una oficina, están lejos de ser privados y tal vez no pudo imaginar que los escraches por acoso comenzarían a producirse, ya no por hechos pretéritos, sino casi en tiempo simultáneo después del NUM y del mirá como me pongo darthesiano, al que de este lado respondemos con #nonoscallamosmás.  Y probablemente tampoco se vislumbró a sí mismo, cuatro años después de alcanzar su ambicionado lugar de “figura” pública tras asumir como director del Centro Cultural San Martín (el día que asumió también Mauricio Macri), en el ojo de las noticias, escrachado primero en las redes y posteriormente acusado en lo penal por maltrato físico y acoso sexual en lugares privados de acceso público, agravados por su jerarquía y por ser funcionario.

Diego, que hizo de su pequeño poder un ejercicio tortuoso para las trabajadoras de su oficina, ya venía cultivando esos malos hábitos cuando Anahí De la Fuente, maquilladora, comunicadora y performer, actual desocupada de 28 años, comenzó a trabajar como Comunity Manager en el Centro Cultural San Martín. De entrada, notó que el jefe se pasaba de amable con algunas compañeras, pero con ella, que era la nueva, se polarizó en la indiferencia. Durante un tiempo pareció no registrar su presencia hasta la noche en que compartieron una cena en un evento que él organizó fuera del horario laboral. Ahí le habló por primera vez y le mostró ese indisimulable interés que lo llevó a querer correr sostenidamente los límites de su no consentimiento, quizás apostando a que la meritocracia del acoso algún día diera sus frutos (no se equivocó, aunque esa podredumbre cayera lejos del radio de sus deseos). Progresivamente, la agenda diaria se fue tornando para Anahí cada vez más desagradable: si pasaba al lado suyo, Diego no perdía oportunidad de apretarle la cintura, hacerle masajes o forzarle un brazo hacia atrás, en un “juego” S/M unilateral. Una de sus compañeras, que prefirió no denunciarlo públicamente, padeció un acoso similar; en su caso, la manera de Pimentel de mostrarse querendón era con besos en ese cuello que hoy lleva una prótesis ortopédica –oh casualidad-, y presionarla en esa zona, a veces hasta el límite: “Diego, me estás lastimando”, le tuvo que decir una vez. Tras haber presentado debidas quejas en el CCSM, ambas asesoradas por las abogadas de la Red Feminista, Jimena Gibertoni y Yamila Carballido, se negaron a volver a la oficina para no entrar en contacto con Pimentel, y la consecuencia fue el despido por incumplir con el contrato que les exigía asistencia al lugar. Finalmente, el sumario abierto culminó con la renuncia del ex director el día 29 de agosto, sin embargo, ninguna de las dos ha sido reincorporada todavía.

El 8 de julio pasado, poco después de que Anahí visibilizara en las redes su complicadísima situación, Marta Dillon la entrevistó para Página/12 y posteriormente la agrupación Actrices Argentinas se contactó con ella para ofrecerle su ayuda. Fue el pasado 12 de septiembre el día elegido para realizar la denuncia pública. Estaban a punto de abrirse las puertas de un fin de semana que aun no se sabía trágico, en el que se sucedieron cuatro femicidios: Navila Garay, de 15 años, Vanesa Caro, de 38, Cecilia Burgat, de 42 y Cielo Lopez de 18. Pero digamos que todos los fines de semana son estadísticamente trágicos porque los números indican que se asesina una mujer cada 27 horas y en lo que va de 2019 las víctimas ya suman 227. Femicidios que comienzan a germinar en la reproducción de los micromachismos y los abusos cotidianos, gestos de anulación subjetiva que aportan a la construcción de una matriz opresiva a la manera en que lo hizo Pimentel.

La razón de porqué el jueves 12 se silenció su nombre, dijo Anahí, fue para no darle más protagonismo. De todos modos, ya los medios lo habían difundido, al igual que la noticia sobre sus ataques de pánico, su ansiedad, y el argumento con el que justificó su renuncia: “no me sentía cómodo en esa situación”, simplificó, como si realmente tuviera la posibilidad de desentenderse.  La manera en que esta vez la agrupación AA presentó el caso distó mucho de la vez anterior en la que se proyectó también el famoso video protagonizado por Thelma Fardín, criticado por Rita Segato en una entrevista polémica hecha por Mariana Carbajal para Página/12, a finales del año pasado. Entre otras cosas que levantaron polvareda, la antropóloga dijo: “En este caso de Thelma es clarísimo: aparece una niña llorando, linda, actriz, que en su momento fue famosa. Se la muestra como una heroína de cuentos de hadas. Pero no debe ser mostrada así. Es peligroso. Porque las heroínas del cuento de hadas reviven al final la ilusión del príncipe salvador (…). Se la debe mostrar como una sujeta que está descubriendo su propia capacidad política de modificar una estructura, que es la estructura desigual del Patriarcado. Ese es su papel. Y por encima de todo, como una sujeta que no necesitó de un príncipe: hay un colectivo de actrices que la secunda, que promueve su denuncia, que la acompaña políticamente”. En este punto parece habérsela escuchado a Segato, ya que la forma en que se presentó la última denuncia consistió en apenas una serie de discursos leídos por las actrices de la colectiva, sin ningún material audiovisual que acompañara, sin la caída de una lágrima durante la presentación. Por otra parte, se apoyó un caso distinto al de Fardin, con complejidades que apuntan a otras variables de la estructura social: este es un abuso no solo sexual sino también estatal, infringido por un funcionario, y laboral, en cuanto a la falta de garantías que implica la precarización. Es decir, se lo puede ubicar en el vértice de un entrecruzamiento de vulneraciones históricas. La ya fallecida poeta afroamericana June Jordan, en su Poema sobre mis derechos equiparó así la colonización de los cuerpos y la de las tierras, porque se trata de la insistencia de la misma arremetida violatoria, liberal y patriarcal: “es exactamente como Sudáfrica/ penetrando en Namibia penetrando en/ Angola y acaso eso significa que quiero decir cómo sabés si/ Pretoria eyacula como lucirá la evidencia la prueba/ de la eyaculación del monstruo militar sobre Tierranegra”*.

 

*Traducción Flor Codagnone.

 

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