La confirmación de la muerte de Santiago trajo a la escena a muchos fantasmas del pasado. Los que todavía reclaman y los que los negacionistas  quieren ocultar y por ahora no pueden. En el medio, Carrió habla de perdonar para no hablar de lo que importa y no dejar el centro de la escena.

Anoche en una conversación con Víctor Hugo Morales, Tati Almeida contó algo que le había dicho Sergio Maldonado, el hermano de Santiago: “Por lo menos nosotros tenemos un cuerpo”. Tati dijo que tenía razón, que ella no tenía a Alejandro. Y estuvo a punto de quebrarse.

Frente a la morgue judicial, donde está todavía el cuerpo de Santiago, una cantidad de gente, que fue por las suyas y sin ser convocadas por nadie, dejó sus flores, sus velas y sus mensajes.

Velas frente a la Morgue.

Sí, había un cuerpo, un desaparecido había entrado al territorio de la muerte. Se había suspendido el brutal diagnóstico de Videla: “Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido.” El desaparecido tenía entidad. Por primera vez. Previo al reclamo de justicia, la familia de Santiago tiene su espacio para el duelo. Tati, y tantas otras y otros, tuvieron que pasar sin transiciones de la ausencia del ser querido a la lucha, esa que los Maldonado van a empezar ahora: saber la verdad de lo ocurrido con Santiago.

Para decirlo de otra manera, el cuerpo de Santiago habló de todos los cuerpos que nunca aparecieron, representó con su triste y comprobada muerte, la muerte presunta de tantos. Hizo que  la tragedia, que parecía  transcurrir en las mazmorras del pasado, se conjugara en presente. Nos puso de frente a lo que no está resuelto. A los cuerpos que –como el de Alejandro, el hijo de Tati- no están.

Por otra parte, ese cuerpo de alguna manera detuvo, al menos por un tiempo, la siniestra máquina contable del negacionismo (Para que todo sea aún más siniestro, de ella participa una víctima del Terrorismo de Estado). Al punto que Macri, que nunca usó la palabra dictadura, que ha promovido el 2×1 para los represores,  debió ordenar que la bandera de Plaza de Mayo se pusiera a media asta por la muerte de alguien que pertenece a un mundo que le es antagónico y al que vive como enemigo.

En el proceso en que ese cuerpo pasó de ausente a presente, hubo espacio para Carrió. Ya se sabe lo que dijo. No tiene mucho sentido volver sobre eso. Pero alrededor de sus dichos y en dos días, la diputada usó tres veces la palabra perdón. Dijo a quienes criticaban lo del 20% que iban a tenerle que pedir perdón, pidió perdón a la familia Maldonado y finalmente dijo que perdonaba a quienes la estaban dejando sola (se supone que un mensaje para adentro de Cambiemos, pero eso ahora no importa) Lo que importa es la manipulación de la palabra.

La idea de perdón tiene mucho de religioso pero también de formalidad. Los milicos, que iban a misa todos los domingos, nunca pidieron perdón, ni de palabra y menos aún en lo que realmente importa, en dar la información de lo ocurrido en la dictadura. Ni siquiera Adolfo Scilingo lo hizo cuando admitió los vuelos de la muerte. No pidió perdón, ni de palabra, ni de hecho.

Carteles frente a la Quinta de Olivos.

El negacionismo ni pide verdad, ni pide perdón. Es más, como Carrió, cree que la verdad es un bien propio y que quienes pongan esto en duda deben pedir perdón. Esta brutal afirmación la convierte en una especie de rémora de la dictadura en plena democracia. Es obvio, se puede ser antidemocrático en democracia. Para los negacionistas y los brutales no deja de ser una gran ventaja, de la que sacan todo el provecho posible, en especial cuando se prende la cámara.

Pero, al menos por un rato, ese cuerpo no los deja hablar a los negacionistas y a los antidemocráticos. Antes de que se supiera fehacientemente que era Santiago y que el cuerpo no mostraba signos de violencia, Eduardo Feinmann salió a acusar a los mapuches, aventura a la que se sumó Clarín, con el entusiasmo de siempre. Por ahora no se puede. Ya se podrá.

Lo cierto es que el cuerpo de Santiago puso al país en suspenso y trajo de vuelta a las mayores brutalidades del pasado.

Ya llegará el  momento de las especulaciones, de las hipótesis, de los perdones a destiempo, de la película de siempre de la malversación informática.

Pero por ahora, alrededor del cuerpo de Santiago todo es tristeza, estamos de duelo.