Una película ubicada en los 60 en los Estados Unidos habla a la distancia de cuestiones que andan pasando hoy en la Argentina. Detroit, zona de conflicto de Kathryn Bigelow o de cómo ningunear la protesta social.

El mismo jueves en el que se estrenó Detroit, zona de conflicto el presidente Mauricio Macri felicitaba personalmente a un policía por matar a un ladrón que se escapaba; el policía primero le quebró el fémur de un balazo. Y se cumplían seis meses de la muerte de Santiago Maldonado, en un episodio oscuro en el que una persona que no sabe nadar se arroja a un río congelado y el gobierno acusa a todos menos a la gendarmería. El estreno de Detroit estaba previsto para enero y un par de veces se lo corrió de la grilla, hasta terminar ubicada en este 1º de febrero. Cosa de Mandinga; al destino le gustan las repeticiones, las simetrías y las efemérides. O –como dijo alguien alguna vez- el destino es la ilación de las casualidades.

En Detroit -la última película de la norteamericana Kathryn Bigelow –ganadora de un Oscar por Vivir al límite– se reconstruye un hecho policial ocurrido durante los disturbios raciales de 1967. Durante esos días, unos policías tomaron un hotel en el que un grupo de negros festejaban el regreso de Vietnam de uno de ellos, torturaron a nueve de ellos y fueron responsables de la muerte de tres jóvenes.

El cine de Bigelow es corporal, sensorial y violento. Punto límite (esa película de surfers ladrones de bancos, que la televisión por aire programa con fidelidad tres veces por año) es una prueba de este cine. Vivir al límite (The hurt locker, 2008) es la historia de grupo militar dedicada a desactivar bombas en Irak. La noche más oscura (Zero Dark Thirty, 2012) es la crónica de la investigación que llevó a la detección de Osama Bin Laden. Las dos películas se mueven en la delgada línea que separa la corrección política del panfleto bélico: fueron aplaudidas por igual por los defensores de la intervención militar y por sus enemigos.

Detroit es un film acerca de la guerra en casa. Después de su estreno Bigelow fue criticada por halcones y palomas. Desde un lado, por reducir a un evento de varios días de violencia y destrucción a un hecho policial. Desde el otro, por ser blanca y tratar de contar una historia de afroamericanos. “¿Soy la persona indicada para hacer este film? Absolutamente no, teniendo en cuenta quien soy. Pero fueron 50 años en las sombras, y eso es más importante que la pregunta acerca de si soy la persona correcta o no para contar esta historia. Hay una responsabilidad de la que la comunidad blanca tiene que hacerse cargo”, explica.

“En Detroit, los afroamericamos estaban confinados a unos pocos barrios superpoblados bajo el control de una policía mayoritariamente blanca de notoria agresividad. La prometida igualdad de oportunidades para todos resultó ser una ilusión” dice un texto al comienzo del film, en una escena de animación a cargo del pintor Jacob Lawrence. Se nos dice claramente que vamos a ver un film violento, pero no tenemos que olvidar que no hay violencia sin contexto. (El gobierno de Cambiemos –que detesta a las manifestaciones masivas y prefiere pensar en términos de individuo, que abomina de la historia y prefiere pensar en términos de “empecemos de cero”- ve a la violencia social como una decisión meramente individual, recortada de toda situación histórica. Alguien hizo algo malo y tiene que pagar por eso).

Promediando el film, un par de policías blancos elige a un grupo de negros para interrogarlos acerca del ruido de un disparo, proveniente del hotel en el que estaban. Es el tramo más terrible y el difícil de abandonar; no se mira con miedo sino con horror. Asistimos a un interrogatorio con tortura. Para la policía todos los negros son culpables, y si no hay culpables se siembran pruebas. Algo parecido a lo que sucedió con representantes de la comunidad mapuche en Villa Mascardi, cerca de Bariloche, donde el joven Rafael Nahuel es asesinado por la espalda y cuando la prefectura encuentra cartuchos de balas propias… los adjudica a los mapuches.

¿Cuál es la pertinencia de este relato de abuso institucional”, se preguntó la prensa norteamericana? Detroit llega un par de años tarde el enamoramiento hollywoodense con el tema de la negritud, que dio oscares a 12 años de esclavitud y Moonlight. En el medio llegó Trump y hoy las miradas están puestas en el mexicanismo y el acoso sexual. Pero Bigelow es testaruda. Aduce: “James Baldwin dijo ‘nada puede ser transformado hasta que se lo confronta’. Y en América existe un deseo radical de no enfrentar la realidad del racismo. Por eso estos eventos siguen repitiéndose”

La noción de conflictos que se repiten porque no se los reconoce nos resulta conocida. Durante este fin de año tuvimos la impresión de volver a los 70 con la invención de la figura de “los violentos”, esa figura simplificadora peligrosamente parecida a la de “los subversivos”. Y a los 90 con los recortes a los jubilados. Y al 2001, con cientos de personas caceroleando frente a la quinta de Olivos. El gobierno del “cambiamos futuro por pasado” tiene la extraña virtud de ignorar la historia (hacerse los giles, dirían en el barrio) y reeditarla todos los días en versiones tuneadas. Pero la historia no es un círculo, un ciclo que se repite. Es, más bien, una espiral; no un aro sino un resorte. Nos parece estar en un punto donde ya estuvimos, pero estamos dando otra vuelta.