Una lectura diferente de “Yo recordaré por ustedes”, el libro póstumo de Juan Forn, mucho más que una antología, una obra que reorganiza sus textos de los viernes y pone en evidencia su costado menos conocido: que además de ser un gran escritor era un notable editor.

Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

Jorge Luis Borges, epílogo de El hacedor

 

Juan Forn agrupó sus contratapas de Página/12 de los días viernes en cuatro tomos. Ese corpus pasó a integrar una galería, con legítimo derecho, a la par de obras como Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt, Artistas, locos y criminales de Osvaldo Soriano, Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez, Hemisferio derecho de Horacio Verbitsky; textos que tomaron vida primero en diarios y revistas y luego se organizaron en libros. A ese linaje correspondería sumar también los dos tomos de la Enciclopedia de datos inútiles de Homero Alsina Thevenet, Rebeldía y esperanza de Osvaldo Bayer, El otoño de los genocidas de Ricardo Ragendorfer, Tierramemoria de Hernán López Echagüe, Juego, luego existo de Ezequiel Fernández Moores; y, al menos cinco recopilaciones póstumas: El violento oficio de escribir de Rodolfo Walsh, Macaneos de Sara Gallardo, Periodismo todoterreno de Enrique Raab, Con toda intención de Charlie Feiling y Desde este mundo de Miguel Briante. Habría que agregar dos recopilaciones borgeanas: Borges en Sur y Textos cautivos, que recopila las notas en El Hogar. Es un hermoso grupo de familia.

A propósito de los vasos comunicantes: Juan José Saer dejó uno de los grandes textos de la crítica argentina, titulado “Borges francófobo” (está incluido en El concepto de ficción), en el que analiza Textos cautivos. Pondera la recopilación de las notas de El Hogar como una de las mayores obras de Borges y se detiene en el hecho de que, en las reseñas de libros y semblanzas de autores, lo que prima no es tanto la sempiterna anglofilia borgeana, sino una disimulada francofobia. Forn lo deja claro en “El loco de la melinita” cuando, a propósito de la ocupación nazi de Francia y un complot para volar la Torre Eiffel, dice al pasar: “yo soy bastante francófobo”. Allí hay un punto de conexión con un libro que, como Yo recordaré por ustedes, resultó póstumo: Textos cautivos se editó en noviembre de 1986, pocos meses después de la muerte de Borges.

Se sabe que Forn fue un gran escritor y un notable editor. Para cumplir ambos roles es preciso hacer un culto de la lectura. Borges sostuvo, y es una de sus grandes enseñanzas, que la historia de la literatura es la historia de la lectura. Forn aplicó a rajatabla ese precepto. Su experiencia de lector moldeó las piezas de los viernes, pequeños mundos sobre los que puso la lupa. En Los viernes podían parecer espacios cerrados. En Yo recordaré por ustedes, que terminó siendo su libro póstumo, armó una conexión interna que pone de manifiesto, ya no al Forn lector, sino al Forn editor.

Lo que a primera vista podría parecer algo así como un Greatest Hits de Los viernes es en realidad un volumen autónomo, que guarda correspondencia con los cuatro libros anteriores, pero con vida propia. Dicho de otra manera: la serie de Los viernes preparó el camino para Yo recordaré por ustedes, que es la síntesis (un poco por depuración, de eso se trata el trabajo de un editor) y la superación sin caer en la simple antología.

La clave está en el hilo subterráneo que recorre las casi 450 páginas del volumen, el elemento no dicho pero subyacente, su modo de organizar un libro con un sentido de unidad que la tetralogía no ofrece. Forn arranca su viaje por África, el lugar del origen del hombre. Recorre Asia, sobre todo Japón, pasa por España, Francia, Europa Central, Estados Unidos, América Latina, la Argentina y concluye con textos personales, que lo tienen de testigo (sus semblanzas de Bioy Casares y Viel Temperley, en especial), para un cierre personal. El “recordaré” del título bien puede entenderse como la memoria personal de quien reúne a la tribu junto a una fogata para mantener viva la historia. Pruébese de leer en voz alta alguno de los 93 textos y se verá lo que es el valor de la oralidad.

Yo recordaré por ustedes se abre con “Kalulu y los afronautas”, un texto que desde lo anecdótico es tributario del Alsina Thevenet que compilaba datos inútiles en dos libros gloriosos. La historia de lo zambianos es la que inicia el cuarto volumen de Los viernes. Acto seguido, Forn la conecta con “Nuestro negro”, que es el título que adopta “Ese negro es nuestro” (Los viernes, tomo 3). Lo hace desde la alteración de la primera oración respecto de “Ese negro es nuestro”, lo cual permite engarzar el texto con “Kalulu y los afronautas”. Ese elemento, a las pocas páginas de iniciado el libro, pasa a ser un rasgo distinto, un acto de magia que deja a las claras que Yo recordaré por ustedes no es una simple compilación sino un libro con vida propia.

García Márquez pudo haber caído en una repetición en serie de Cien años de soledad, pero se despachó con El otoño del patriarca. Puig no escribió Boquitas pintadas 2, sino The Buenos Affair. Forn evitó con extrema lucidez, y en base a materiales previos, caer en una simple selección que implicaba degradar sus textos. Si fue capaz de crear un género (unas de las ambiciones secretas de todo escritor), en Yo recordaré por ustedes fue más allá y puso en primer plano su mirada de editor. Los cuatro volúmenes previos son la compilación en sí, el material en bruto que generó admiración entre sus lectores. La edición de Yo recordaré por ustedes opera como un rompecabezas, en el que cada texto sirve para armar la cartografía prevista, el viaje desde el África profunda hasta Villa Gesell. No por nada, el final del libro (“Y el mar”) engancha con “Todas las sillas duras”, el poema que cierra el cuarto tomo de Los viernes (y, por lo tanto, la tetralogía), en una reelaboración que conecta ambos momentos.

Editor de Planeta en la primera mitad de los 90 y responsable de Radar en el segundo lustro, Forn fue una figura determinante de la vida literaria en la última década del siglo pasado. A ambos lados del mostrador (haciendo libros primero, reseñándolos después, y conste que Radar es más que un compendio de reseñas), Forn dejó su marca. Años después, llegaría la impronta de los viernes, que se superpuso a obras como Nadar de noche y el resto de su producción literaria. Incluso, es lícito afirmar que muchos lectores descubrieron esos libros previos gracias a las contratapas, a los cuatro volúmenes que las agrupan y, ahora, a un formidable libro que es mucho más que la selección de los elementos previos

Glenn Gould grabó dos veces las Variaciones Goldberg de Bach, y ambos registros se volvieron canónicos. Los separan un cuarto de siglo: 1955 y 1981 son sus fechas. La primera grabación dura 38 minutos; la segunda llega a los 51, y es porque, merced a la tecnología digital, la relectura de Gould gozó de más capacidad en un CD y tocó las repeticiones. La segunda versión es la misma obra, pero a la vez es otra y se sienten los murmullos del pianista mientras toca. Tal vez el primer registro sea una buena banda sonora para acompañar la lectura de Los viernes. La grabación de 1981 bien podría ser el soundtrack de Yo recordaré por ustedes.

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