En 1978, Andrei Tarkovsky era uno de los cineastas más importantes del mundo. Había rodado películas como La infancia de Iván (1962), Andrei Rublev (1969) y Solaris (1972). Al mismo tiempo padecía los obstáculos que le imponía el régimen soviético. En este contexto, el periodista Risto Mäenpää lo entrevistó para un documental. En esta charla -inédita hasta que fue rescatada de los archivos de la televisión nacional finlandesa-, Tarkovsky reflexiona sobre su oficio para concluir que “ser artista es una forma de vivir lo moral y lo estético como un solo objetivo”.

El encuentro entre Risto Mäenpää y Andrei Tarkovsky se produjo cuando el cineasta preparaba Stalker (1979), película en clave de ciencia ficción que funciona como una metáfora sobre las cuestiones morales esenciales. Además, acababa de sufrir el boicot de Moscú a su último filme, El Espejo (1975), estrenado en muy pocas salas de Rusia, una situación que cinco años después conduciría a Tarkovsky al exilio, primero en Italia y luego en París, ciudad donde falleció en 1986 a raíz de un cáncer. La entrevista:

-¿Cuál es la responsabilidad del artista?

-Un artista debe expresarse a sí mismo en su vida real de la misma forma que expresa su trabajo. No debe hacer una cosa con una mano y otra con la otra. Hoy en día parece que sea de buen tono que cuando te consideras a ti mismo como un artista lleves una doble vida. Una persona habla y trata de presentar su propia visión de la vida en su trabajo, pero luego se comporta de una forma contradictoria a lo que ha defendido. Lo que este artista está diciendo en su obra es hipócrita. Tengo la impresión de que éste es el caso con la mayoría de los modernos. Eso hace que su trabajo sea poco claro e incluso peligroso. Hay gente que trabaja como un parásito en la sociedad.

La infancia de Iván (1962).

-La historia los pondrá en su lugar.

-Quiere decir que los revelará. Para eso sirve la historia.

-Usted dice que el arte del cine es una obligación moral para usted, no una profesión.

-No me limito a mí mismo a la hora de trabajar en un nivel profesional. Cuando digo que es una obligación moral quiero decir que los profesionales que no tienen una actitud moral o una perspectiva estética no tienen derecho a llamarse a sí mismos artistas. Y la cuestión no es tanto que yo u otros creadores respetados intentemos diferenciarnos de los demás. Lo que no es posible es que intente sacar provecho de su condición para otros fines.

-¿Cuál es la conexión entre sus películas?

-No lo sé. Usted mismo tiene que encontrar la conexión. Podría hacer la pregunta de otra manera: ¿Cuál es mi principal interés para empezar a hacer una película? En mis filmes hay ciertas situaciones que son repetitivas. Me interesan los personajes bajo una presión moral o ética, que están sufriendo una crisis o un momento de gran estrés. Esa persona puede salir adelante siendo mejor o puede sucumbir a la presión. Ese es un elemento común en mis películas: La infancia de Iván, Andrei Rublev, Solaris o El espejo. Me interesan los personajes que se desarrollan durante fuertes crisis morales. Me ayuda a expresar de una forma más profunda, más emocional, aspectos de la historia.

Stalker, la zona (1979).

-Podemos decir que todos sus filmes acaban de forma optimista.

-Puedo explicarlo. Si la persona no puede soportar la crisis y se derrumba como resultado de ella, la película no puede terminar con una conclusión optimista. No entiendo qué rol puede jugar el optimismo o el pesimismo en el arte, porque el arte es un medio de alcanzar lo moral. Da a la gente la fuerza para abrir su alma al bien del que debe estar rodeada. El bien no puede ser sinónimo de nada negativo. El arte es moralidad, en su totalidad. Es imperativo que exista sólo en esta forma. Sino es así, no puede ser arte en absoluto. Todo lo que se denomina arte reaccionario, para mí significa no-arte. Con arte me refiero a un tipo de acción que se relaciona con algún tipo de esfuerzo moral cuyo objetivo es la mejora espiritual del género humano.

-¿Ofrece alguna solución a esos dilemas o se limita a mostrarlos?

-No lo sé. Es difícil para mí decir. Trato de que se vean las posibilidades morales del hombre. En un período de crisis estoy interesado en algún tipo de objetivo interno, una posición activa en la vida relacionada con las tendencias morales. Sin esto no puedo imaginar ninguna película o ninguna otra forma de arte. ¿Está claro? Porque para mí es difícil hablar de mi propio trabajo. Lo veo de una manera, y la crítica o el público puede verlo de otra. De hecho, creo que de una forma más prístina.

El espejo (1974).

-¿Se siente satisfecho con lo logrado?

-En cualquier profesión, especialmente en la dirección de cine, nunca puedes estar seguro de que estás realizando tus objetivos hasta su último límite. La dirección de cine tiene algunos aspectos inalcanzables: está el cámara, los actores, el equipo de rodaje… Los objetivos del realizador se logran a través de los otros. Esto hace difícil discernir lo que ha sido conseguido por el director y lo que es mérito de los otros. Esta dificultad se refleja en la opinión del espectador. Para éste, el realizador es algún tipo de secreto, una figura misteriosa. Respeto muchísimo al espectador.

-¿A quién cree que van dirigidas sus películas?

–No creo que una obra deba ser para que pueda verla todo el mundo. Esto significaría hacer algún tipo de cosa primitiva, programada para llegar a la “media”. Es una perspectiva que no tiene nada que ver con el arte. De todos modos, es probable que cada director lleve encima una creencia de que esa película será vista por la humanidad en su conjunto. En el fondo quizá espera eso pero sabe que es imposible.

-El Espejo obtuvo una acogida sensacional. La película generó un gran debate. ¿Por qué?

-Nosotros tuvimos la impresión de que la película no fue bien recibida. Si coge la revista Iskusstvo Kino y lee la discusión me dejan verde. Incluso hay un director que trata de denigrarme. Dice que mientras la hice atravesaba un período de crisis de inspiración. Ahí se está equivocando usted, la carga fue unánime. Aunque nos sorpendió que el público tuvo una opinión contraria.

-¿Ha recibido cartas?

-Después de El Espejo recibí muchas más que tras cualquier otro filme. En casi todas las cartas los espectadores se preguntaban cómo hemos logrado contar tantas cosas sobre su vida sin ni siquiera conocerlos. Esto nos hizo muy felices y nos convenció de que algo sí habíamos ganado con esta película.

El sacrificio (1985).