Las grabaciones fueron secuestradas después de que el cura fuera asesinado por la Triple A. Se creía que la misa cuya letra fue compuesta por Mugica se había perdido para siempre. Pero nada desaparece para siempre y se encontraron copias y hoy se la puede cantar porque el mensaje sigue vigente.

“[S]eñor Dios, cordero de Dios, que sigues desangrándote en los hacheros del Norte, desangrándote. En los mineros Bolivianos, desangrándote…” Son plegarias musicales escritas por el Padre Carlos Mugica que hasta ahora no habían podido llegar a su gente porque las copias grabadas en 1974 y el master habían sido destruidos luego de su asesinato. El viernes 11 de mayo, por primera vez, la Misa para el Tercer Mundo fue cantada por el Quinto de Cantares, en la Parroquia Cristo Obrero, en la Villa 31, en la ceremonia de conmemoración del aniversario de su muerte. Sus canciones vibraron ahí, cerca de sus huesos.  Fue un día histórico y conmovedor. Un círculo que, de alguna forma, se completó.

Debajo de la autopista Illia, en la manzana 30 de la Villa 31, un techo de chapa a dos aguas, una cancha de fútbol en la que unos chicos pelotean, un tobogán para los más pequeños; dos olivos, una Santa Rita, un alero. Debajo del alero, largos bancos de madera puestos en fila miran al interior de la Parroquia Cristo Obrero, que se prepara para celebrar algo más que una misa. Aquí, donde descansan los restos del Padre Mugica, hay guirnaldas de papel crepé que cuelgan de unas columnas, hay globos de colores y las velas blancas ya empiezan a encenderse. El adentro contrasta con la gigantografía que cuelga en los muros exteriores. Afuera, una imagen enorme de una misa en el Vaticano en la que el Papa Francisco oficia rodeado de oros y sotanas. Adentro, hay otra cosa, otras imágenes y hablan de pueblos y resistencias: Ceferino Namuncurá, la Virgen de Guadalupe, San Expedito, y recortes de diarios sobre Oscar Romero, Mauricio Silva, Cayetano Alfaro, Enrique Angelelli, todos curas tercermundistas y militantes populares. También hay, por supuesto, imágenes del padre Mugica, y un gran collage que resume su historia: Mugica en la misa, en la villa, bautizando, hablando con la gente, y ahí está también la historia de su asesinato, en 1974, los quince impactos de bala que la Triple A acertó contra él, un círculo en la cara de uno de los asesinos, el funeral, el llanto de centenares de personas, su entierro en el Cementerio de la Recoleta, la vuelta al barrio, en 1999, en la procesión que trajo sus restos a la villa. En una de esas fotos se lo ve al Papa Francisco, que entonces era Bergoglio, y al padre Guillermo, que todavía está a cargo de esta Parroquia y que vive acá desde hace veinte años. Toda esa historia cuelga en esas paredes húmedas, llenas de resistencias. Y todo se emperifolla de una decoración simple y esmerada, para celebrar a Mugica. Celebrar, sí. Porque la apuesta es por invertir la carga y hacer un festejo que le gane a la muerte. Es un día único, además, porque la misa de cada año esta vez contará con aquellas canciones que él creó. Esta es la historia de una misa, un disco, y un conjunto de canciones que retoman su cauce cuarenta y cuatro años después para reencontrar el camino y ser cantadas junto a los restos de su autor. Revive así un mensaje cargado de actualidad que llega, quizá, en el momento justo.

 

¿Por dónde comenzar? Podemos empezar por ese día en el que el Padre Carlos Mugica, el cura villero, el sacerdote de los pobres, escribió la Misa para el Tercer Mundo, junto a Roberto Lar que hizo la música, en 1973. Plegarias cantadas con arreglos musicales en múltiples capas y recursos. Cantos que dicen:

Te alabamos, porque luchamos para que/ nuestros niños hambrientos coman.

Te glorificamos, porque queremos destruir/ ya los instrumentos de tortura”.

O podemos empezar cuando el Grupo Vocal Argentino (ya sin el Chango Farías Gómez) la graba en 1974 con apoyo de RCA, que apuesta por la distribución en toda América Latina. O podemos empezar cuando la Triple A asesina a tiros al Padre Mugica, a la salida de la misa en Villa Luro y una semana después el gobierno de María Estela Martínez de Perón secuestra las cincuenta mil copias,  pone a los músicos en la lista negra e interrumpe así un mensaje, un canto que no termina de liberarse hasta ahora…porque en 2018 el grupo Quinto de Cantares recupera ese único registro. Entre los músicos están Galo García y Fernando Collados, que participaron de aquella grabación original. También están Rodolfo Amy, Eduardo Rozas, Oscar Escalada y Guillermo Montecchia.

Nunca el silencio obligado es infalible. Destruyeron cincuenta mil copias, pero seis se salvaron, y el mensaje…bueno, el mensaje de Mugica ya era indestructible.  Los años pasaron, las décadas corrieron y una noche, en un asado, hace poco, los integrantes del Quinto de Cantares, entre quienes estaban García y Collados, se juntaron alrededor de la carne, el vino y la guitarra, en una ceremonia privada y pagana, se preguntaron:” ¿Y si cantamos un poco? ¿Se acuerdan? “

Y se acordaban.

“Estaba todo ahí”, dice Eduardo Rozas, ahora en la Parroquia Cristo Obrero, seguido por su sobrino que no deja de filmar cada segundo para el documental que registra esta historia.

“Estaba todo ahí. Recordábamos todo”, dice más tarde Galo García. “Esto es muy fuerte. Muy fuerte”, dice también. Es la primera vez que viene al barrio.

Fueron grandes voces en la década del setenta. Hoy mantienen su excelencia, el lustre en la interpretación. Rodolfo Amy es tenor segundo y toca el charango. Fernando Collados y Galo García son tenores. Eduardo Rozas, barítono. Oscar Escalada, barítono y guitarra, Guillermo Montecchia, bajo. Los acompañan Ana Escalada en bandoneón, Lucrecia Escalada en piano y teclados, Diego Gómez en contrabajo y Gustavo López en batería y percusión. Alguna vez grabaron los coros en el primer disco de Eduardo Mateo. Ahora, están en el escenario armado al costado de la ceremonia. Las luces los iluminan a ellos. Se los ve conmovidos. Collados y García cantarán como en estado de gracia. Varias veces se limpiarán unas lágrimas que asoman como en puntas de pie. Si bien se emocionaron en la primera presentación en Hasta Trilce y luego en la Casona del Teatro, coinciden en que acá pasa “otra cosa”.

“Son los Buena Vista Social Club de Argentina”, dice Flavia, que lleva la prensa. Tienen una trayectoria igual de vasta que el grupo cubano, sí. Y esa corriente de revancha que los mueve ante los días imprevistos.

 

Esto no es un show más. No es un show. Es una ceremonia. Un acto casi de sanación. Ellos no lo dicen. No necesitan hacerlo. Puestos en fila, al costado del altar, del cáliz que lleva el rostro de Mugica, del Padre Guillermo, que oficia la ceremonia, esperan. Todo arranca a las seis de la tarde. Se acercan militantes y la gente del barrio. Lili, de Espacio Memoria de Retiro, canta también junto a la guitarra, al costado del Quinteto. Ella dice que esto de hoy, “a pesar de que es el aniversario de la muerte del compañero Carlos Mugica, es una fiesta popular”. Cuenta que en tiempos en los que el cura daba misa en la capilla, los helicópteros sobrevolaban para amedrentarlo y él agarraba el relicario y salía hacia el patio para mirar hacia arriba y gritarles “No te tenemos miedo”. Así que arrancan con esa canción que dice esa frase y sigue: “Vamos a vencer”. Hoy el relicario de la parroquia tiene en el centro de la cruz y pedazo de tela de jean manchado con la sangre del sacerdote el día que lo mataron.

Los pasos de la misa son los acostumbrados: lectura del salmo, palabras del cura, intenciones, pero hay algo más. El padre Guillermo dice, al comenzar, “El año que viene se cumplen veinte años desde que trajimos el cuerpo. Está en su lugar”. Y pregunta quiénes estuvieron aquel día y varios levantan la mano.

Las canciones son “Kyrie”, “Gloria”, “Credo”, “Sanctus” y “Agnus Dei”.  El barrio ha cambiado, pero hay realidades que se mantienen. Las letras están más actuales que nunca: hablan de luchar contra la explotación, de luchar contra la injusticia, contra el frío de los pobres. Y luchar no es rezar, luchar es otra cosa. Y ese registro lo sabe.

En las intenciones, la gente participa. Piden por varias cosas: por los chicos víctimas del gatillo fácil, por los desocupados, por los chicos muertos por el narcotráfico, por las familias desalojadas, por los tripulantes del ARA San Juan, por los treinta mil desaparecidos. Las voces vienen de todas partes, de la gente del barrio, de la gente que fue allá desde otras partes para participar de la ceremonia. Hay niñitos del Coro del barrio, familiares de desaparecidos, vecinos, está Ricardo Capelli, que estuvo con él el día del asesinato y también recibió disparos. Ahora habla de aquel entonces, lo recuerda, saluda a los músicos… Al finalizar, se reparten estampitas de Mugica con su Meditación en la villa. De un lado se lo ve a él en oración. Del otro lado, se lee:

“Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.

Señor: perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan”.

 

Luego de terminada la misa, los músicos se vuelven a sus casas. Habrá otras presentaciones en otros lugares. Ninguna, sin dudas, como esta.  Ya es de noche. Otros chicos juegan a la pelota. Algunas luces se van apagando. Están quienes vuelven a sus casas en el centro. Están quienes se quedan en sus casas en el barrio. Los restos del cura, su legado, su memoria y sus canciones están donde tienen que estar.