Es la ciudad más violenta del planeta y lugar de paso de buena parte de la droga que consume EE.UU. Lo que no se cuenta es que en Juárez el capitalismo ensaya el futuro. Crónica argenta en tierra de narcos, feminicidios, industria maquiladora y desregulación laboral extrema.

En Ciudad Juárez te recibe el viento, pero de eso te enteras al salir del aeropuerto. Desde el aire ves el marrón arenoso del desierto infinito y algo que parecen cajas de zapatos para gigantes desparramadas por la ciudad. Son cientos. La azafata te informa que así se ve la industria maquiladora desde el cielo. El avión aterriza y seguís los pasos de hombres con sombrero tejano y botas de piel de víbora hasta el puesto de migraciones. Un tipo serio con ojos ocultos tras lentes oscuros apunta su mentón en dirección a vos. Aparece otro que te hace fotografías y un tercero te saca de la fila y pregunta: “¿A qué viene a Juárez?”. Das por respuesta “me gustan las ciudades de frontera”. El tipo firma el papeleo y te deja seguir como si nada. Pero vos ya sabés que ellos saben que estas allí y te seguirán toda tu estadía. Atravesás la salida y ves el horizonte de montañas y todo es marrón excepto el gris del cielo que sentís seco como una lonja de cuero al sol. Alguien te dirá que aquí la lluvia es un misterio exquisito. Un Chrysler seguido por una comitiva de Blazers polarizadas estaciona a tu lado. Baja un traje azul brillante. Podría ser de Armani y los lentes espejados podrían ser de Ray Ban. Un rebaño de custodios lo rodea como lobos en celo. Se te ocurre que es un alto funcionario de la seguridad pública y lo miras mejor y te preguntas en cambio si no será un jefe narco. No tenés respuesta, pero acabas de entender que la ostentación es una estética que iguala a los opuestos.

En ese momento, al recordar la razón que te trajo aquí, a esta ciudad con un río seco de frontera donde se ensaya la neo-esclavitud y las mujeres vienen a morir, es cuando te das cuenta de que te recibió el viento y nadie más.

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Foto: Daniel Otero.

Ves los ojos del taxista en el espejo. En la fotografía de la butaca su cara de identikit. Cargás con el estigma que redujo al narco a esa piel cobriza de ojos negros y bigotes que lo cruzan todo y entonces al llegar ves un sicario en cada mexicano; al rato te asombra la cantidad de buena gente que habita un sitio con tres asesinatos al día.

Rumbo al centro por Av. Tecnológico nace una sensación que pronto se convertirá en deja vu suburbano. En la banquina polvo y gigantografías: Pemex, Tekate, Azteca; nafta, cerveza, banca, como acá. En lugar de choripanes, tacos y burritos en los puestos al costado de la ruta. Aumenta la edificación; los frentes de colores calientes: amarillo, verde, rojo rematado en negro. Un cholo con sombrero cowboy en la puerta del Bar y Salón de Baile La Despedida. Aparecen los telos, La Calesa, Los Girasoles, Del Rey y de pronto ves un impresionante castillo rosa con puertas azules como emes enormes de McDonald’s. Bandoleros, discoteca, leés en el cartel y en tu cabeza rebota el flashazo de Jesse James, ese mítico templo cumbiero de Isidro Casanova que detona el deja vu: entrar a CJ por Tecnológico es como hacerlo a Florencio Varela por Monteverde o a La Matanza por Ruta 4.

Te sorprenden los buses, esos viejos escolares de las películas norteamericanas. En CJ son del color y decorados que se te ocurran. Cruza uno con cuernos de toro aferrados al capot como mascarón de proa de fragata anfibia. EE.UU. los dio de baja. En CJ transportan trabajadores. Hay decenas estacionados en la banquina delante de un largo paredón premoldeado sin ventanas rodeado por una cerca. Es la visión cercana de la caja que viste desde el cielo. Cambio de turno en la maquila, informa el taxista. La escena se repite cuadra tras cuadra. Ves miles de mujeres y hombres con guardapolvo marrón entrar y salir de fábricas y en ese detalle descubrís la abismal diferencia entre CJ y el Conurbano: aquí abunda el trabajo.

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Juárez, del lado mexicano, y El Paso, del estadounidense, son ciudades hermanas. En invierno el Río Bravo que las separa está seco y desde el aire se ven pegadas como siamesas sin frontera. Bloque de hormigón de dos millones y medio de habitantes comunicados por cuatro puentes. Salir por la Av. Benito Juárez, cruzar el Paso del Norte y llegar a El Paso Street es ir de un barrio a otro. Tacos, burritos y tekates mezcladas con burgers y pollo frito de KFC. Las cajeras de Walmart, precios, carteles, todo en español. Una inmensa bandera norteamericana cuelga del techo.

Foto: Daniel Otero.

Cientos de camiones esperan turno para ser olfateados por el perro de la DEA que les habilita el paso. Cincuenta mil millones de dólares al año en mercancía trasladan trenes y camiones de la maquila en Juárez al depósito en El Paso y no es exportación. Es la continuación de una cadena de producción binacional que la frontera no interrumpe, ni siquiera para el cobro de impuestos.

Maquila es una palabra de origen árabe que significa “cosa medida”. Nadie sabe por qué se llamó así al plan de libre comercio presentado por la consultora O’Dowd & Associates con una idea simple: EE.UU. pondría el capital y México la tierra y la carne. La letra chica establecía condiciones: la maquila no produce, ensambla; la materia prima la provee y el producto final se consume en EE.UU. Fue un éxito. A las 325 plantas registradas arriban al año veinte mil mexicanos, guatemaltecos, hondureños o salvadoreños en busca de trabajo. Y lo encuentran.

Te sentís en el paraíso del capitalismo porque eso que ven tus ojos lo ratifican las estadísticas: desocupación del 1.7%, inflación del 0.4%, crecimiento económico anual del 5%; inversiones externas por 7.250 millones de dólares en cinco años. Pero hurgás otra estadística y el encanto se disuelve como antiácido en la soda: el 40% de los habitantes de CJ es pobre y el 5% indigente.

¿Cómo es posible que una ciudad con inversión, notable tasa de empleo y sin  inflación, esté llena de pobres? Es que en el paraíso del capitalismo, el mercado es la autoridad que impone las reglas y, para desgracia de los trabajadores, el mercado nunca es neutral.

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Al pie de la montaña la oscuridad es absoluta. Irma desciende del especial de la maquiladora y camina un kilómetro hasta su casa. A la una de la madrugada la temperatura es de siete grados bajo cero. La abriga el guardapolvo marrón.

-La ropa de la maquila no es para el frío ―informa sin reproche.

Los pasos crujen en la arena entumecida, ladrido de perros y el viento. Casas desperdigadas en un barrio de sobras. Los pallets son techo, puerta, cerca, ventana o calefacción. Las Firestone contienen aludes en la senda que trepa la montaña.

A pesar del frío, la hora y la caminata Irma está contenta porque a los 40 años tiene trabajo y porque en minutos verá a sus hijos ―de 16, 8, 6, 2 años y el único que la recibirá despierto, un bebé de 8 meses.

-Sabe que a esta hora le daré el pecho.

A las 8 los despierta, sirve el desayuno, los lleva a la escuela. Regresa y limpia, lava y prepara la comida que deja servida. Se baña, se pone el guardapolvo. A las 14.30 camina el kilómetro hasta el especial. A las 16 ingresa a la maquila y a las 24 vuelve al especial, a la caminata, a dar el pecho. Se acuesta.

-Y al otro día lo mismo y así toda la semana ―en la vida de Irma no hay más―. Lo que me apena es que mis niños quedan solos.

La satisfacción de madre se mezcla con la tristeza de que no podrá serlo nunca más. En la maquila la maternidad arruina el currículum.

Encinta arneses, manojos de cables y conectores para el circuito eléctrico de los Ford, Volkswagen o Toyota. El encintador envuelve el manojo con cinta adhesiva. De pie 8 horas ininterrumpidas gira la cinta alrededor de kilómetros y kilómetros de cable.

-Las manos se me duermen y los dedos se me ampollan. Lo único que puedo hacer es ponerme gasa para que no me duela tanto.

A lo lejos un especial envuelto en polvo trepa la loma iluminado por el otro especial que avanza detrás. La caravana fantasma reparte a destajo carne extenuada.

-Aquí es difícil ser mujer y más cuando una es madre soltera. De noche salgo y no sé si voy a volver. Es un camino peligroso, se juntan balandros y se piensan que una trae dinero… No tengo nadie que me espere y si me siguen nada más correr y gritar.

La infraestructura urbana es para la mercancía: tendidos de alta tensión, telecomunicaciones, carreteras, puentes y vías férreas. Para el trabajador, un pedazo de arena en el páramo con un salario de 6 dólares al día.

-Lo que pagan no me alcanza ni para que coman mis hijos. Pago mi deuda en la tienda y se me acaba el sueldo, pero no me puedo quejar porque es esto o nada.

La desigualdad es la línea invisible que separa a México de EE.UU. De aquel lado el salario mínimo es de 60 dólares, diez veces más que en CJ, pero el costo de vida es similar. Un cuarto de libra de McDonald’s visibiliza la tragedia en una línea: el trabajador norteamericano podrá llevar a sus cinco hijos a cenar con lo que ganó en el día. Irma tendrá que elegir a cuál de ellos dará de comer.

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El cuerpo humano fue la fuente inspiradora de máquinas y herramientas. En la maquila el cuerpo imita a la máquina. El proceso de producción de jeans está compuesto de 26 pasos a cargo cada uno de un trabajador: corte, pegado de presillas, cierre o botones, costura, dobladillo. Colectivo Raíz, organización dedicada al derecho laboral, estableció que un trabajador repite por día tres mil veces el mismo movimiento a ritmo constante y sin interrupción.

Para que el cuerpo humano funcione como la machine worker se apela a la psiquis.

Ohsung Electronics produce controles remotos para LG y Panasonic. Juana tiene 54 años y lleva 14 de ensambladora apretando carcasas con las manos. Padece artritis reumatoide. Los tendones no responden, el dolor es permanente. Produce setecientos controles al día: “A veces no aguanto el dolor y no puedo salir porque me despiden”.

El régimen de producción es un combo de vigilancia y presión psicológica destinado a disciplinar el cuerpo. El supervisor repite un mantra: “Con 15 minutos de descanso es suficiente. Tú solita te tienes que presionar. El cuerpo se acostumbra. Entre más hagas, más ganas”. La psiquis obedece y el cuerpo asume las consecuencias: agotamiento, stress, afecciones urinarias y digestivas. Las secuelas se ignoran y más aún porque el 66% no recibe tratamiento. El supervisor dispone en qué caso corresponde atención médica, atributo otorgado por la legislación laboral.

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Las únicas mujeres en el bar del hotel son las camareras que caminan entre las mesas ataviadas como la muchachita de la cantina en un spaghetti western. Vestido arenoso de falda amplia debajo de la rodilla, ajustado a la cintura y ajustadísimo en el pecho, rosa roja clavada en el rodete. Ofrecen café y jamás se detienen.

Los hombres están aquí para atender asuntos importantes y nunca se dirigen a ellas con la palabra. Un gesto mínimo es suficiente. La camarera acude, se inclina, acerca la taza, sirve e ilumina el acto con la sonrisa. Se yergue y pregunta:

-¿En qué más puedo servirle, Señor? -el Señor responde con silencio.

Me dijo su nombre, Rosita. Nació en Coahuila y llegó a Juárez para trabajar en la maquila. Las mujeres como ella son las fuereñas, las maquilocas. Ensambló placas de video doce horas de pie y de corrido. Las manos entumecidas al fin del día y en los dedos calambres y ampollas.

Ahora sirve desayunos. Cada huésped debe entregarle un ticket a cambio, pero a veces bajan de la habitación sin ellos o se retiran sin darle tiempo a pedirlo. Al gerente no le importa y entonces la diferencia negativa entre lo servido y lo rendido se descuenta del salario. Cada desayuno cuesta cincuenta pesos, lo mismo que cobra Rosita por servir cientos cada mañana.

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El estacionamiento del hotel lleno de 4X4 descomunales con patentes de Arizona, Texas, Nuevo México y hasta de Nevada. Salón amplio dominado por la tradición. Hilo rústico en manteles y cortinas. La madera noble reviste paredes y enmarca hidalguía en los retratos. Caras mexicanas: bigote ancho y renegrido; sombrero norteño de ala duranguense y piel de conejo; Remington en bandolera para guerrear como Pancho Villa.

Los retratos proyectan una continuidad estética en el hombre que en este salón atiende sus asuntos, como si fuera él quien por derecho natural heredó lugar, pertenencia y destino. Apellidos solemnes con pompa de cortesanos: Murguía Valdéz, Gabilondo Acuña, Calderón de la Barca, Bermúdez Cuarón, Zaragoza Vizcarra. Perpetuos en calles, avenidas, bulevares, plazas, puentes y pasos fronterizos. Socios nativos del milagro maquilador: pusieron la tierra ―de la que son propietarios―, donde se asientan las maquilas; convocaron la carne ―que sabían desesperada. Tienen doble vida: en CJ medran; en El Paso residen. La atracción de los United States es ilimitada. For example: José Reyes Ferriz, alcalde, administró la ciudad desde el otro lado y obtuvo allá la seguridad que aquí negó a sus votantes.

El pelo de ese hombre sentado en la mesa vecina brillaba como el negro denso y viscoso del petróleo y pensé: frente al espejo pretendió que la tintura fije el tiempo con la terquedad de un retrato.

Y no, el heroísmo no se hereda.

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A la maquila no entran sindicatos. En su lugar existe un sucedáneo legal llamado “charro sindical”. Charro: parásito, el que vive de los demás.

El 100% de los trabajadores de IBM encuestados en 2016 por el Centro de Reflexión y Acción Laboral no sabía a qué gremio estaba afiliado. En Foxconn, la más grande productora global de electrónicos, los trabajadores jamás asistieron a una asamblea. Lexmark, fabricante de cartuchos para impresoras, despidió en 2016 a cien trabajadores que intentaron crear un sindicato y reclamaban aumento salarial de 35 centavos de dólar.

Verónica es sindicalista sin sindicato. Integra una red de solidaridad y a su pedido la entrevista se realizó en la habitación del hotel. De ser vista en lugares públicos con un periodista extranjero su salud podía sufrir complicaciones, así lo dijo.

-Estamos hablando de empresas explotadoras.

La red que integra busca generar liderazgos entre los trabajadores de la maquila: jóvenes, mayormente migrantes, sin experiencia sindical, acostumbrados por resignación o pragmatismo a un régimen laboral intenso, flexible y de bajos salarios. En síntesis: un proletario menos informado y más sometido.

Para obtener su primer empleo, hace 20 años, Verónica adulteró el papeleo.

-Había tanta demanda de mano de obra que el único requisito era tener 16 años cumplidos. Necesitaba un salario y tenía 15, entonces falsifiqué el acta de nacimiento.

-¿Por qué explotadoras?

-Por muchas razones, se trabaja más de las horas convenidas y sólo en algunos casos se paga tiempo extra. Las mujeres tenemos que presentar un estudio médico de no gravidez para demostrar que no estamos embarazadas. Con lo que pagan un día de salario, en EEUU pagarían una hora. Pero lo que muestra su voluntad explotadora es que la organización laboral no existe. La ley lo permite, pero las maquiladoras no la aceptan y en su lugar crean un sindicato a medida.

Aquí aparece el charro.

La reforma laboral de 2013 produjo un efecto simultáneo que ilustra como una radiografía el inconsciente capitalista: los trabajadores perdieron los pocos derechos que conservaban y llovieron inversiones.

El alcance del llamado “contrato colectivo de trabajo” es ilimitado: la empresa puede crear un sindicato y elegir su secretario general: el charro. Hay charros con tres, cinco, diez o más sindicatos a su nombre. No hay sede, teléfono, ni Twitter. Antes de abrir la fábrica se firma el contrato con el charro y como la ley sólo exige uno, la empresa se cubre ante la llegada de un sindicato de trabajadores. Se estima que el 90% de los contratos llevan la firma de un charro. En la maquila nunca estalla la huelga.

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Foto: Daniel Otero.

Jesús caminaba encapuchado sobre el cauce reseco del río bajo el Paso del Norte y las vías del Santa Fe Railway. Por encima del cuello levantado de la campera sus ojos brillaban en estado de alerta. Podía ser el mojado que busca un agujero en la cerca o el coyote que ofrece un cruce seguro. Primero semblanteó con disimulo y después aceptó la compañía.

-¿Va a saltar?

-Puede ser y puede no ser, depende…

-¿De qué?

-… de la suerte nomás.

Para Jesús el paraíso está más allá. Vivió veinte años en EE.UU. sin papeles. Lo agarraron fumado manejando en una autopista y eso no se le perdona ni a Jesús. Deportado, se estableció en CJ y la decepción llegó con el primer salario. ¿Por qué aceptar 6 si del otro lado es 60? Alguien se queda con lo que le pertenece y lo sabe y vuelve a la cerca y espera la oportunidad.

La frontera para el pobre es el cafetín para el tanguero: De chiquilín te miraba de afuera como esas cosas que nunca se alcanzan…

Eulalia vive en la última casa de México en la Colonia Felipe Ángeles, desde la ventana de la cocina lo único que ve es EE.UU.: el rio, la cerca, el ferrocarril con la mercancía, la autopista, la torres de iluminación.

-Cuando el río crece llegan las aguas negras con toda la basura de la maquila.

Vivió en EE.UU. y allá tuvo una hija; cultivó chile, cebolla, tomate.

-Cuando la migra no estaba tan dura también trabajé en las fábricas.

Un cartel amarillo con letras negras alerta: “¡Cuidado!”, dice entre sol y montañas. Más abajo: “No exponga su vida a los peligros”, desierto, cactus, serpiente. Un brazo desesperado asoma en el río y cierra una leyenda: “¡No vale la pena!”.

-Por acá pasan la droga ―Eulalia señala el sendero junto a la casa―. Uno corre y tira la maleta por la cerca y del otro lado ya la espera una troca.

Llevamos un rato hablando en la puerta de la casa y desde el otro lado la migra apunta con el larga vista. El helicóptero que nos sobrevuela hace lo mismo. Tomé fotografías.

-Mi propósito es arreglarle las cosas a mi mamá y volver a EE.UU. ―dice Lilia, la hija, ciudadana norteamericana―. Aquí está todo dado vuelta, los choferes del especial violan a las mujeres y hasta los policías hacen lo mismo.

Eulalia dice que cuando su hija ya no esté, mirará hacia el norte por la ventana de su cocina y así la sentirá más cerca.

El presidente Donald Trump, en un año de gobierno, aumentó un 42% las detenciones de extranjeros. Jesús dice que no hay cifra que intimide al migrante. Y debe ser así, porque lo impulsa algo más fuerte que el miedo.

-¿Cuántos cruzan en un día?

-Y póngale unos 20, hay veces que más, veces que menos.

Usa un verbo preciso. Batallar: luchar con los riesgos para superarlos.

-Yo les veo que andan batallando, se brincan, a veces les roban y yo veo que la migra está muy recia. Le están poniendo hasta seis años de cárcel y como yo veo las cosas nosotros y mis paisanos centroamericanos sólo queremos trabajar…, y no, señor, no es justo que nos castiguen así.

El viajero que llega del norte y cruza el Puente Stanton lo primero que ve de México es el retrato del Che Guevara. Está pintado sobre la orilla del rio con una leyenda: Tu ejemplo sigue vivo. Sobre la valla un trazo rápido: Fuck la migra.

Bajo la sombra del Stanton y la cámara del satélite que nos vigila, Jesús sigue en alerta.

-¿Ahora podríamos cruzar?

-Para empezar ya no están mirando, los hueros trabajan así. -Hueros son los blancos.

Señala todo lo que nombra. Las torres con cámaras, las cajitas con sensores, el cielo del que pende el satélite y vuelan los drones, la patrulla y ellos: la migra.

-Si nos damos la vuelta para el otro lado les avisan a los de allá. Tienen marcada cada milla de la cerca y nos encuentran enseguida.

Todo obstáculo diseñado para impedir el cruce tarde o temprano es derrotado. Será sucedido por otro obstáculo que volverá a fracasar.

-El mejor horario ―dice Jesús― es a las dos de la tarde cuando la migra echa su lunch y el mejor día el 4 de julio porque los hueros están de festejo.

Señala el puente del ferrocarril que lleva la mercancía y sonríe:

-Cuando pasa el tren, la puerta se abre…

-¿Cuánto me cobra un coyote para cruzar?

-Pues eso depende…

-¿De qué?

De dónde usted quiera llegar…

No sé si informa o se ofrece.

-…A Nueva York o Chicago anda por los tres mil, pero si es nomás saltar la cerca con unos trescientos está bien…

Ciudad Juárez es un lugar donde el deseo de arribar se convierte en anhelo de partir.

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Foto: Daniel Otero.

La más abusiva violación de derechos laborales rociada con sangre y cocaína; eso es el laboratorio del capitalismo.

Títulos del 8 de enero de 2018: Irrumpen en bar y ejecutan a dos cerca del Palacio de Gobierno; ‘Levantan’ y matan a regidor priista, su hijo y dos más; Ejecutan a cuatro en Balleza; Se desatan ejecuciones; suman 24 en dos días; Tras balacera caen siete presuntos sicarios.

En los últimos diez años se registraron oficialmente trece mil asesinatos. Mil ochocientas mujeres asesinadas por su condición de mujer desde 1993. En dos años el femicidio creció 72%. En enero de 2018 fueron asesinadas once mujeres. El 90% de los crímenes se encuentran sin resolver.

El estado emocional óptimo del capitalismo es belicosidad: la guerra. En esta guerra el 30% de las víctimas son menores de veinte años, otro tanto son menores de treinta. Además son pobres. A los jóvenes pobres se les declaró la guerra.

Todo comenzó en 1993. 1) entró en vigor el acuerdo de libre comercio entre México, EE.UU. y Canadá; 2) irrumpió el Cártel de Juárez y el tráfico global; 3) el desierto se hizo destino final del cuerpo femenino masacrado por ser mujer.

El régimen laboral de la maquila estableció la atmósfera propicia para la devaluación humana. Trabajador, mujer, joven se hicieron objeto desechable.

Nunca la víctima es hija, esposa, hermana, amante de alcalde, legislador, comisario, juez, empresario. Siempre pobres, siempre jóvenes, nunca con poder.

¿Qué hace posible que una tragedia se extienda por veinticinco años? El beneficio que alguien recibe a cambio.

El laboratorio ha demostrado que la atmósfera de guerra no altera la producción. Por el contrario, crece a un ritmo anual del 5%. Eso es capitalismo.

Fue un periodista el primero en entender la alegoría. A Charles Bowden no lo conmovió el cadáver, las pilas de cadáveres, los cadáveres de su libro lleno  de fotografías de cadáveres (*); cadáver de fotógrafo, cadáver de periodista hecho cadáver por contar lo que vio y lo que vio fueron cadáveres; cadáver andante hecho parco cadáver por quien ya es cadáver periciado. Bowden leyó la sábana que cubre al cadáver; sábana de sangre, sábana televisada; un croma tolerable que cubre sangre de cadáver para entretenimiento del televidente. “Mientras usted duerme” se llamó su primer texto profético publicado por Harper’s Review en 1996. Con dólares norteamericanos mientras usted duerme sangre mexicana ensambló el televisor que cubre cadáveres con sábanas smart-blood para que usted duerma, duerma y duerma. Eso conmovió a Bowden, que vivía en Arizona, que era norteamericano como los televidentes, que desde 2014 él también es cadáver.

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El laboratorio desmanteló al Estado, liberó la furia. En el laboratorio hay un mercado que emite un claro mensaje subliminal: cruzar el campo de batalla a bordo del especial de la maquila es una bendición ―no te quejes.

La actividad empresaria más respetuosa del mercado es el narcotráfico. El laboratorio replica la inmunidad del capital en la impunidad del crimen en beneficio del capital.

La producción del laboratorio no es consumida en el laboratorio. El trabajador de la maquila es el Nexus en la colonia espacial de Blade Runner:

-Es un martirio vivir con miedo, ¿verdad? Así es la esclavitud…

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Foto: Daniel Otero.

Aquí, en el laboratorio pericial de la Procuración de Justicia del Estado de Chihuahua, la desnudez de los cuerpos es cadavérica.

Aquí, en esta habitación, a la que se ingresa con delantal, cofia y barbijo, el silencio es cadavérico.

Y qué otra cosa esperar del sitio donde el objeto de estudio ha sido privado del habla.

Del piso al techo cajas de oficina repletas de huesos. Miles de huesos, una montaña de calcio muerto. Storage Box 01647. La intimidad más recóndita bajo luz fluorescente, cadáveres a los que le entró la muerte y se les fue la identidad. Estoy rodeado de huesos cuya única seña personal es el sitio donde fueron hallados: Lomas de Poleo, Campo Algodonero, Lote Bravo.

Sobre la mesa de acero esterilizada troncos, tibias, fémures y metacarpos ordenados en una réplica forense de la estructura secuencial humana; obra montada para un análisis legal que certifica ingreso de proyectil, tormento, fuego y firma al pie; un memorando sin quién ni porqué igualado a pares cadavéricos por el nombre oficial del bautismo tardío: NN.

Lo que fue una cabeza ahora es un cráneo con la marca de la sierra por donde fue destapado como lata de duraznos. En esta cavidad ocular donde hubo ojos no queda rastro de lo mirado.

Dice el Nexus: “He visto cosas que los humanos ni se imaginan. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

La única diferencia es que en este laboratorio demencial la mirada se ha perdido como polvo en el desierto.

Hace diez minutos, en la habitación de al lado, un alto funcionario de la Procuración de Justicia del Estado de Chihuahua, me ha dicho que en Ciudad Juárez la vida es segura.

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En el Coloquio de IDEA de 2017 el empresariado argentino exhibió su deseo mayor: flexibilización laboral y guerra al sindicalismo. ¿De qué habla esa gente?

 

(*) Juárez: The Laboratory of our Future, prólogo Noam Chomsky, epílogo Eduardo Galeano; 1998.

Nota: Los testimonios de esta crónica fueron registrados durante el rodaje de un documental para una cadena norteamericana de televisión. Los juzgó sin interés periodístico y fueron desechados.