Una pequeña y reveladora crónica con los nietos de los fundadores de la Colonia Suiza en Bariloche y María Isabel Huala, madre de Facundo Jones Huala, protagonistas de historias diferentes, pero que tienen un punto en común: la lucha por la posesión de la tierra que labran y siembran.

COLONIA SUIZA. Cuando se llega a este poblado rodeado por los cerros cordilleranos y a orillas del Lago Moreno, lo primero que llama la atención de su toponimia es la proliferación del apellido Goye para denominar calles, un cerro, un arroyo, la calle principal y diversas casas de comidas ubicadas precisamente sobre un camino de tierra donde a su vera corre el torrente cristalino de una vertiente.

No es casual esta abundancia patronímica. El primer Goye en afincarse en la zona fue Eduardo Goye, arribado desde el cantón de Valais en Suiza en 1904, pero. Recién en 1907, por una promoción para poblar la Patagonia, el presidente Quintana decidió entregarles 125 hectáreas de tierras pastoriles a varios inmigrantes suizos y así fundar Colonia Suiza. Gracias a esa determinación, Eduardo Goye fue beneficiado con 125 hectáreas. Como buen suizo, se dedicó a la cría de vaca y a la producción quesos, trabajos en los que era ayudado por su mujer, Elisa Creton, con la cual tuvo 14 hijos, dando inicio a numerosa familia fundante que echó raíces en el lugar.

Es así que los diferentes Goye abrieron caminos, crearon refugios en la montaña, algunos se dedicaron a explotaciones madereras o hicieron otras tareas rurales, pero siempre trabajando la tierra. No muchos años después, en un acto donde no faltó la solemnidad propia de esos momentos, las familias fundantes recibieron los títulos de propiedad de la tierra en la que vivían y trabajaban, pero, vaya uno a saber por qué cuestiones burocráticas, Eduardo, no recibió el documento que acreditaba la propiedad de la parcela donde trabajaba. De todos modos, pese a la falta del título, la vida con sus trajines continuó como siempre, labrando la tierra en los tiempos de siembra, para cosechar después y así afrontar los inviernos con sus duras nevazones. La historia, pasados tantos años, casi que se cuenta sola. Las tierras otorgadas fueron ganadas a las comunidades originarias y se convirtieron en propiedad del ejército, el cual hoy tiene una disputa judicial con 20 familias que llevan el apellido Goye, establecidos en el sitio durante más de un siglo, generación tras generación.

Reunidos en la cocina amplia de una cabaña de madera, nos reunimos junto a Cala Nielsen, Néstor, Nora y Fabiana Goye, para escuchar parte de la historia. Es Fabiana quien me dice: “Esta parcela era de mi bisabuelo Eduardo, el se dedicaba a la siembra de trigo, criar cerdos, fabricar quesos y trabajar en la huerta, lo hizo toda la vida, todos los que estamos con este conflicto somos primos o hermanos, el es Nielsen, pero su segundo apellido es Goye. En total éramos 57 primos, 11 fallecieron y los que estamos en la parcela somos 20 familias y cómo ves, seguimos trabajando la tierra”.

El mate no falta en la ronda en la que Cala interrumpe para decirnos: “Yo hace 40 años que vivo acá, desde que murió mi abuelo, hoy mi hijo cumple 39 años y también está en la parcela junto a 3 de mis hermanos que también viven y trabajan acá, yo acá hago gallinas, tengo invernáculo, una quinta grande con 20 frutales entre guindas y cerezas y sauco. En los invernáculos hay, acelga, cebolla, verdeo, repollos, arvejas, papas, eso es lo que tengo sembrado ahora”.

Néstor y Nora me hablan de sus manzanos, sus ciruelos, cerezos, ruibarbos y grosellas y nos cuenta que “hace apenas 15 días que volvimos a trabajar la tierra, porque la nevazón vino fuerte este año y recién pudimos sacar la nieve hace dos semanas. “Yo –dice Nora- trabajo todo lo que sea fruta fina, ahora estoy con la moras, pero vamos a ver cómo viene, porque está el tema de la mosquita que pudre la fruta. Fabiana también tiene panales y produce miel, así que está todo complementado”.

Cuando termina de hablar Cala la aconseja: “Empezá a echarle ceniza que es lo mejor para combatirlas”. La conversación continua acerca de las fuertes nevadas y los vientos, que rompen los invernáculos, del trabajo en conjunto de la familia con la Junta Vecinal para conectar la red de agua provista por las vertientes y tener agua suficiente para el regadío y el consumo. También se habla de que todas las producciones son agroecológicas y con mucho cuidado del medio ambiente y de la comercialización que hace Fabiana de esas producciones familiares, en la Feria Franca de Nahuel Huapi, donde vende gallinas, huevos, dulces y otros productos. Es Cala quien me dice: “Te quiero aclarar, que no trabajamos para enriquecernos, trabajamos porque nos gusta estar acá y producimos para vivir, a veces con lo justo, pero este es nuestro lugar, no vivimos mal, pero tampoco nos sobra, nos comemos el invierno, el verano. No estamos por placer, no es que venimos un fin de semana por placer, estamos porque nos gusta, felices de la vida”.

Al escucharlo, mientras caminamos entre los surcos donde crecen los plantines de acelgas y lechugas, no se puede obviar el pensar acerca de la soberanía alimentaria y el arraigo de las poblaciones rurales, en un territorio como la Patagonia, donde la extranjerización de la tierra es ligera como una liebre y sumamente alarmante. Porque a los Goye los acucia una orden de desalojo, consecuencia de la denuncia de un guarda parque efectuada en el año 2005, que los denunció por ocupar tierras de Parque Nacionales, aunque después se comprobó que las tierras aun seguían perteneciendo al Ejército Argentino, por ese olvido en la entrega del título de propiedad, ocurrido en 1907. El ejército, prometió no desalojar a las familias, aunque en parte de las tierras que corresponden a los Goye, ha comenzado un loteo ilegal para emprendimientos urbanísticos, por parte de una familia inescrupulosa, que sí ocupo de modo ilegal dicho predio. La esperanza de los Goye es trabajar en conjunto con la Sub Secretaria de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena y que se aplique la ley 27118 de Reparación Histórica a la AF, por la cual ningún campesino puede ser desalojado de la tierra que produce.

MARÍA HUALA. Son cerca de las 9 de la mañana, con Cala Goye, partimos después de tomar unos mates, desde la colonia hacia el rancho donde vive María Huala, avanzamos por una ruta de ripio que muy pronto se convierte en camino de cornisa. Así avanzamos, serpenteando por los cerros, donde aun la nieve persiste en la parte alta de las laderas. Cala, me advierte, acerca de las piedras que algunas veces suelen rodar desde las cumbres y sobre los cuidados que hay que tener, el sendero bordea desde lo alto, el espejo de las aguas azules del Lago Moreno. Después de recorrer un kilómetro, encontramos una picada, en cuya entrada un cartel de madera pintado con letras rojas, el cual nos indica que estamos en la Comunidad Mapuche, Huala We.

Ascendemos por esa senda abierta a machetazos entre cipreses y pinos, para llegar al rancho donde vive María Isabel Huala. La encontramos avivando el brasero de un fogón, donde se calienta la pava para el mate de la mañana. Allí vive María Isabel, la madre de Facundo Jones Huala, no tiene luz eléctrica y como ella misma nos aclara, “ni quiero tener, con los paneles solares me alcanza, cuanto menos se contamine el bosque mejor”. Casi por encima de la construcción de troncos, se ve un invernáculo y el sembradío recién de brotados de una huerta, enseguida nos sentamos alrededor del fuego en una ronda a la que se integran sus tres perros y le preguntó:

-¿Naciste acá?

-Nací hace 57 años en Bariloche, después me crie en El Tronador, en la colonia, después por acá cerca en kilómetro veinte, y acá volví hace como siete años.

-¿Cómo es tu vida acá?

-Estamos trabajando de todo, estamos con un banco de semillas madres que sacamos del campo, traídas de distintos lugares, que me han regalado, que hemos intercambiado, hacemos intercambio de plantines y saberes acá en el territorio todos los años. Las plantas más lindas son las que se dejan para semillas madre. Todo del lugar, como arvejas, habas, lechuga, repollo, cilantro, todo lo que se cultiva acá en la zona. Hemos sacado hasta maíz, se da todo.

-¿Con quién vivís acá?

-Acá vivo con mi hija, tuve cuatro hijos, que ya se fueron, pero que vienen día por medio a visitarme. Uno se fue a la Línea Sur y hacemos intercambio de semillas, de plantas, de lana de oveja que el cría allá y así vamos, siempre trabajando. Mi hija está acá, está estudiando.

-¿Integras alguna organización campesina?

-Soy parte del pueblo mapuche, esa es mi identidad. Soy mapuche. Hace mucho, me reconocí mapuche y pude ver las injusticias de este sistema, de los estados, porque soy mapuche acá y del otro lado de la cordillera. Pude entender un montón de cosas que mi padre siempre nos decía y por eso estamos en la lucha del pueblo mapuche, por el respeto, la identidad, la cultura, la espiritualidad, que se vuelva a respetar todo lo que eso encierra y poder volver a ser mapuches conviviendo con la tierra, porque no somos dueños, somos parte de la tierra y la naturaleza. Yo participo de la Educación Popular desde hace 16 años, he viajado a distintos lugares a compartir mis saberes, a re educar un poco y también a aprender, porque nunca se termina de aprender. Yo acá recibo a todos, han venido periodistas, documentalistas, gente que se dedica a la agricultura familiar, ha pasado un montón de gente que se quedan 3 ó 4 días compartiendo y aprendiendo, para que puedan entender qué es ser mapuche, porque muchos piensan que andamos haciendo lío y tirando piedras.

Después de tomar un mate y escuchar el canto de un gallo, que interrumpe la conversación desde algún lugar de la espesura del bosque, pregunto:

-¿Qué es ser mapuche y ser mujer mapuche?

-Vivir de la mapu (tierra), convivir con la mapu, cuidar la mapu y protegerla y ser mujer mapuche es otra lucha, porque a la mayoría nos toca la violencia, la estigmatización, la xenofobia, pero nuestra cultura es matriarcal y siempre hay mujeres en la lucha, por eso no es tan difícil ser lo que se es. Y es también convivir, porque la naturaleza también lo masculino y lo femenino.

-Recién hablabas de la discriminación…

-Sí, me tocó vivirla en carne propia, porque soy la madre de Facundo Jones Huala, el es mi hijo. Y soy la hija de Aurelio Huala, activista y peronista hasta las medias, pero como él decía, cuando vivía Perón. Era el indio Huala, el me enseñó a defender nuestra cultura, una a veces no le daba importancia porque estábamos en la ola del sistema, hasta que junto con mi hijo comenzamos a ver toda la desigualdad y todos los atropellos. Es ahí cuando con 12 años por no seguir la línea del sistema, pasa a ser el bandido, el bandolero, la mala persona, como lo ven y yo sé que no lo es. Se dicen muchas cosas de él, de mi familia y de mí, pero yo soy esta que ves. Crie a mis hijos, sola, de mi última hija le pedí al padre que no se hiciera cargo, que no apareciera por acá. No soy feminista, soy femenina o soy feminista, pero no del feminismo que está de moda ahora. Como mapuche apuesto a la vida, pero también estoy a favor del aborto, porque hasta el día de hoy siguen habiendo violaciones a nuestras mujeres, sobre todo en los campos de los turcos, donde obligan a las niñas a tener hijos. Violan niñas muy pequeñas y se las obliga a parir. Igual hay muchos políticos a los que tendrían que haberlos abortados.

-¿Cómo es tu situación en esta tierra donde vivís trabajas?

-Acá el ejército me quiere desalojar, pero si me echan 10 veces, diez veces voy a volver. El enemigo interno no somos los mapuches, el enemigo interno, son los Benetton, los Lewis y todos los gringos millonarios que vienen apropiarse de la tierra que trabajamos, tanto ellos –lo señala a Nielsen- como nosotros. Con él y sus hermanos, nos criamos juntos.

Las palabras de María Isabel, tienen la fortaleza de las piedras de la montaña en la cual lleva su existencia, junto a las plantas medicinales que cultiva y nos muestra, con el orgullo propio de la machi que es. Pero también nos hablan de la extranjerización que hace que hace tambalear la soberanía nacional sobre el territorio.